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Desde que nací pasé muchos días al año, principalmente durante las vacaciones, en Santos Lugares, donde vivían mis abuelos, los padres de mi papá, y a tres cuadras los padres de mi mamá; en ambas casas tenía sendos tíos solteros, pero quisiera referirme al hermano de mi mamá. En mis primeros recuerdos lo veo con su uniforme de soldado conscripto, birrete, chaqueta y pantalón bombacha. Al llegar producía en mí una alegría inmensa, me ponía su birrete y siempre tenía tiempo para jugar un rato. Por esos años, él jugaba al fútbol de arquero en el club Once Corazones de Ciudadela y, en el verano, algunos campeonatos amistosos en la cancha de Ferrocarril Urquiza en Villa Lynch.
A partir de aquí se puede continuar en una historia emotiva y sentimental si seguimos la uno, o si se prefiere más sorprendente y curiosa, deberán saltearse este párrafo y continuar en la dos.
UNO
Con su novia (que luego sería su esposa), muchas veces lo acompañamos a los partidos, eso fue generando en mí el deseo de jugar en esa cancha y con él. Siempre que se lo manifesté obtenía una respuesta negativa debido a mi corta edad. Pero sucedió algo, en uno de esos días irrepetibles en la vida de un niño. Yo tenía unos once años y estaba vestido como iba siempre a verlo, con la camiseta de River, pantalón corto, medias largas y Sacachispas en los pies; se dio la causalidad de que en el amistoso que jugaban, los del equipo de mi tío usaban la camiseta que yo tenía puesta y el capitán del equipo, también devenido en técnico, me conoció al verme en el costado de la cancha. Faltando unos quince minutos para finalizar el partido, se lesiona un jugador y escucho que le grita a mi tío:
—¡Che Toto! ¿Le gustará a tu sobrino jugar lo que falta?
Yo abrí los ojos como el dos de oro, apuntando al arco donde estaba mi tío, como rogándole.
—Carlitos, ¿querés entrar? —me dijo.
Le respondí con un cabeceo afirmativo y cuando el árbitro lo dispuso, entré a la cancha sintiéndome Alfredo Di’Stéfano. Tranquilo corrí hasta el área rival, al lugar que me señaló el capitán diciéndome “¡Pibe! Todas las que agarrés mandalas al arco”.
La primera pelota que me llegó traía mucha velocidad, me preparé para patearla y pifié, de modo tal que el impulso hizo que me deslizara por la tierra decúbito frontal, raspándome las rodillas; como flecha me puse de pie y disimulé todo el dolor que tenía; cuando terminó el partido, corrí para abrazarme con mi tío, que me alzó en sus brazos. Las heridas del raspón, al cicatrizar, quedaron en mis piernas como dos cucardas que llevé orgulloso a la escuela como testimonio de haber jugado en cancha de once, con mi tío y con jugadores experimentados. La noche de mi debut, ni toqué la pelota pero la emoción que sentí al pisar por primera vez un campo de juego, la tengo presente como si hubiera sido anoche y pasaron sesenta años.
DOS
Siempre contaba situaciones y anécdotas de la realidad, jamás de sus labios partió un cuento, un relato o una historia imaginaria, le gustaba escuchar música folklórica o tangos, cantar y tocar la guitarra, leía algunos libros de historia Argentina y con los años me di cuenta de que era muy nacionalista, llegando a despreciar cualquier cosa que no fuese Argentina, incluso sobre países limítrofes siempre tenía algún prejuicio. Lo supe ver de una honestidad a toda prueba, incapaz de mentir o decir alguna cosa por otra. Lo visitaba menos de lo que quería, pues a veces las obligaciones de adulto sin darnos cuenta, nos separan de las cosas verdaderamente importantes.
Voy al grano, el asunto es que estábamos tomando mate y charlando de bueyes perdidos; en la radio escuchamos algo sobre los ovnis; cuando hice un comentario referido a mi incredulidad y a la imaginación superlativa de algunas personas, mi tío tan parado sobre la tierra como lo estuvo siempre, me sorprende diciéndome que él vio algo.
—¿Qué decís tío? ¿Qué viste? Contame.
—Nada, nada, es que no me gusta mucho contar estas cosas, de hecho, muy pocas personas lo saben.
—Por favor, mi boca será una tumba, no me dejes en ascuas.
—Bueno, solo por el cariño que te tengo y la confianza de que no te vas a reír de mí, te cuento:
Hace pocos meses volvía con mi socio de entregar un trabajo, algo tarde; cerca de las once de la noche, yendo por la ruta 8 antes de llegar al Barrio Militar, se detiene el motor de la camioneta, se apagan todas las luces e intento con la velocidad que traía buscar la banquina, sorprendidos nos bajamos y sin saber qué había pasado, nos damos cuenta de que las luces de los alrededores estaban también apagadas y un auto que venía detrás, haciendo similar maniobra, se detuvo. En esa oscuridad nuestra vista apuntó hacia el cielo, donde desde un claro comenzó a aparecer una pequeña luz que rápidamente fue convirtiéndose en algo enceguecedor, desplazándose por el cielo de este a oeste a una velocidad sorprendente, se detuvo cuando alcanzó nuestro cenit y su intensidad se redujo hasta desaparecer fugazmente, sin permitirnos ver el objeto que la produjo, todo esto calculo que duró menos de un minuto. Con mi socio nos miramos casi con vergüenza, ese instante de silencio lo rompió el señor que venía en el otro coche al preguntarnos “¿Ustedes vieron lo que hizo esa luz?” y solo atiné a decirle “Vaya uno a saber qué fue”. Traté de subirme rápido a la camioneta al ver que las luces estaban encendidas, puse el motor en marcha y volvimos a casa sin hablarnos, casi shockeados. Tardamos varios días en comentar el tema y lo hicimos muy livianamente, como si hubiese sido un sueño que nos avergonzara. Y sinceramente no quiero hablarlo más, perdoname Carlitos.
A buen entendedor pocas palabras, hice silencio de radio para no incomodarlo, pero esta vez lo increíble me resultó creíble.
Carlos Zerzer (Charlibicen) - Taller del Mate
Que lindas historias Charly, tu estilo me encanta. Se te extraña en la luna. Beso grande.
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