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enero 31, 2023

Noches eternas

Yo era un ángel. Uno de los mejores ángeles que podían haber. Pero un día, cometí un error, y me desterraron del cielo. Me enamoré de una mortal, a la que se suponía debía de cuidar.

            Me verás caer.

            El viento soplaba en mi espalda, de una forma tan fuerte y brusca, que me hacía mecer en el aire. Mis alas, antes blancas como la nieve, me impedían ver. Sentía como mi cuerpo era arrojado al vacío.

            Me verás caer, como un ave de presa.

            Hasta que, de la nada, mi cuerpo impacta con algo firme a mis espaldas. Concreto. Perdí el conocimiento por un tiempo, debido al fuerte golpe.

            Abrí los ojos. Lo primero que vi, fue el cielo. El cielo celeste del paraíso al que estaba acostumbrado, se había transformado en una capa espesa de nubes grises permanentes. Sin rastros del sol ni la luna. Me senté, estaba en una terraza.

            Me verás caer, sobre terrazas desiertas.

            Ya la conocía. Había sido Ángel Guardián de esta chica durante el tiempo suficiente como para saber que estaba en el techo de su casa. Me levanté. Todavía era de noche.

            Me refugiaré, antes que todos despierten.

            Miré mis alas. Estaban tornando un color gris claro. Supuse que era mugre, pero estaban cambiando de color.

            Volé hacia la ventana de mi amada. Toqué suavemente el cristal con mis dedos divinos. Y minutos después, apareció. Con su pelo castaño, largo, enmarañado. Su pijama blanco con sus tiritas negras de la delicada tela del encaje. Sus pequeños pies descalzos. Tan hermosa. Tan mía.

            Abrió la ventana despacio, tratando de no hacer ruido. No era la primera vez que teníamos un encuentro como éste. Por alguna razón, ella siempre fue capaz de verme. Generalmente, los elegidos por los ángeles guardianes, nunca pueden verlos. Pero lo nuestro fue diferente. Hubo una conexión especial desde el primer momento en que la vi, y supe que debía protegerla, pero no solo porque era mi labor, porque la quería.

            Me dejarás dormir al amanecer, entre tus piernas, entre tus piernas.

            Yo le expliqué lo que era. Las personas que, por alguna casualidad en el mundo, llegan a ver a un ángel, suelen asustarse. Pero a ella le causaba intriga mi ser. Acaricia mis alas cada vez que puede, y enrosca entre sus dedos mis plumas celestiales.

            Comprendió desde el primer minuto cual es mi labor, y el porqué cada vez que me encontraba con ella, debía ser a escondidas. Por eso elegimos la noche, donde es menos propenso a cruzarse un ángel merodeando la zona.

            Sabrás ocultarme bien y desaparecer, entre la niebla, entre la niebla.

            Pero un día, fuimos descubiertos. Mi castigo, además de ser desterrado del cielo, fue ser débil ante la presencia del sol. Vivo condenado a pasar noches eternas.

            Con la luz del sol, se derriten mis alas.

            Poco a poco, mi plumaje divino pasó de ser de color blanco a color negro. A ella le encanta, pero yo sigo sin acostumbrarme.

            Durante el día, me escondo bajo el techo de mi amada. Durante la noche, salgo a volar. Es una de las cosas que más me gustan, sentir el viento en mi rostro, la sensación de mis plumas despeinándose durante el vuelo, observar la ciudad iluminada por la luz artificial que emanan los edificios y hogares.

            Me verás volar, por la Ciudad de la Furia.


Guadalupe Blanco - Taller El Megáfono al Sol



enero 27, 2023

Once de febrero

 El año pasado, más precisamente el 11 de febrero, lo recuerdo porque era el día de la Virgen de Lourdes, estaba tranquila en casa, haciendo mis meditaciones zen y pintando mi mandala diario. Lo hago todos los días porque me relaja y me calma, en general soy una persona tranquila, pero a veces…

No soporto a la gente que lleva a los niños al supermercado y los deja hacer cualquier cosa, con tal de que se callen. No saben ponerle límites.

Tampoco soporto el ruido de las motos del flaco de enfrente de mi casa, ni los ladridos del perro de mi vecina que llora, aúlla y ladra las 24 horas del día.

Y no me pidan que ponga buena cara cuando estoy de mal humor.

Salvo eso y algunas cositas que no se me ocurren ahora, soy una persona tranquila.

Pero ese día, todos se pusieron en mi contra al mismo tiempo.

Estaba en el medio de la meditación, cuando tocaron el timbre, el cartero, ¿que hacía un cartero en estos tiempos?, me traía una carta documento de mis queridos inquilinos, que me avisaban que iban a dejar la casa, antes de que se cumpliera el contrato. Eso me puso de muy buen ánimo, porque hacía rato quería que se fueran. Después me prepare un té de manzanilla y tilo y volvi a poner la música mientras retomaba la pintura. Estuve unos minutos, solo unos pequeños instantes en paz, cuando volvió a sonar el timbre, no le hice caso, no esperaba a nadie, así que hice como que no escuchaba y continue con lo mio, pero el timbre sonaba sin parar, así que tuve que dejar otra vez y ver quien corno era.

Los nenes de la cuadra pidiendo la pelota, se las di  con una sonrisa mientras les decía que vayan  a jugar más lejos, porque estaba ocupada y no podría volver a darles la pelota.

_Si, señora, quédese tranquila señora( cómo me reventaba  y me revienta que me digan señora)

Bueno, deje de pensar en lo de señora y seguí con mi mandala,

Om,om,om,las pelotas, timbre otra vez. Esta vez ni me asome ya era la tercera vez en menos de una hora.

Pero la insistencia me hizo salir, y gran sorpresa, cuando me encontré con los testigos de Jehová, creí que se habían exterminado, en sentido figurado, quiero decir, creí que no andaban más por las casas, pero me equivoqué.

Y ahí me tuvieron en la puerta un rato tratando de llevarme para sus redes, yo les insistía que no, que era católica, que en unos momentos me iba a la peregrinación de la Virgencita de Lourdes

Finalmente se fueron, pero ni bien entré a casa, y me senté; otra vez el timbre.

Salí hecha una furia. A la mierda la musica zen, los mandalas, la meditación…

Eran los nenes otra vez con la pelota, se las revolee con tanta fuerza ,una patada tipo Messi, que la pelota cayó en el barro rebotó y volvió a entrar a mi casa dejando una mancha de barro en la pared..

Iba corriéndose el barro y la figura de la Virgen de Lourdes, (sin ser blasfema), se estaba pintando en mi pared.

Me sorprendí y le tiré agua con la manguera y nada, el barro seguía allí, con forma de virgen. Agarré un cepillo , un balde, con agua y detergente y empecé a frotar con furia pero no salía.

Los chicos que vieron todo lo que había pasado se hicieron la señal de la cruz y se arrodillaron frente a la mancha

Yo les expliqué que era barro, y ellos decían:_ Ocurrió un milagro. Es  una señal que dejemos la pelota y vayamos a estudiar

Yo estaba como ida, les dije:_¿Qué van a estudiar? Están de vacaciones, sigan jugando.

Después llegaron los padres de los niños, y todos los vecinos a traer velas, estampitas y a gritar. Los milagros existen; estaban todos como sacados.

También llegaron los curas de la parroquia a decir que eso era una blasfemia.

Uno de ellos me llamó hereje(sorprendentemente era el mismo cura , que le había dicho a mi papá, que yo era una pecadora porque me gustaban los hombres casados;¿pero ese sacerdote tendría más de cien años?). También me dijo que limpie eso rápidamente.

 Le contesté que ya lo habia intentado de todos los modos posibles , pero no podía sacarla

Entonces llamaron a una empresa de limpieza que logró sacarla.

El cura me miró  como sobrándome e inmediatamente la figura de la virgen o de la señora volvió a aparecer.

Hace ya un año de esto y hoy 11 de febrero, vienen en peregrinación hasta mi casa y luego a la iglesia, es como una parada obligada, pasar por mi casa.

 Y esa es, entonces, la historia de esta mancha...


Gladys Di Salvo - Taller del Mate


enero 24, 2023

Un secreto

 Sentada en el cordón de la vereda con la piel brillante por el sudor, me tomo una cerveza y él se sienta a mi lado también con una. Hemos bailado toda la noche. Su piel morena también brilla en la noche. Nuestras miradas se cruzaron varias veces en la improvisada pista de baile, en la calle, bajo las estrellas. Y no es la primera vez, otras noches, también nos miramos al compás de la música, sin atrevernos a acercarnos.

Me gusta… Me atrae… Su mirada me envuelve… Su sonrisa seductora me atrapa. Esto no estaba en mis planes…

­­ ¡Hola!

¡Hola! le respondo

Son varias las noches que te veo por acá. ¿Cómo te llamás?

Tardo en contestar, mi nombre también es parte de este secreto. Sin embargo, él me inspira confianza. Y después de todo también él forma parte de este mundo secreto, mundo paralelo de un otro que nunca tocará.

Josefina, me llamo Josefina. ¿y vos?

Lautaro… Para servirle…  responde con un gracioso gesto mientras levanta su gorra.

Es más joven de lo que imaginaba. Y su desparpajo me seduce aún más.

Se pone de pie, extiende su mano y pregunta: ¿Caminamos?

Es una noche, preciosa, cálida. El perfume a azahares endulza el ambiente y tienta a seguirlo. Tomo su mano fuerte que me ayuda a ponerme de pie.

Caminamos un buen rato, hablando de cosas sin sentido hasta que tomándome de la cintura me ayuda a sortear una zanja abierta en medio del parque. Un escalofrío me recorre el cuerpo y me impide continuar caminando. Mis pies se aferran al piso y sólo puedo mirarme en sus ojos. Siento su mano más firme sobre mi cintura y suavemente me lleva hacia él. Dejo que sus brazos me rodeen y mi boca busca la suya fundiéndonos en un beso dulce y apasionado que logra encender nuestros instintos. Las sombras de la noche son cómplices de nuestro ardor.

Es una noche mágica; la brisa entre las hojas parece tocar una dulce melodía. Mi piel se enciende aún más con cada caricia, con cada beso…

El trinar del pájaro del amanecer nos sorprende a medio vestir (o mejor dicho, a medio desvestir) tendidos sobre la hierba. Nos miramos largamente sin hablar y sonriendo, cada uno en sus propios pensamientos, hasta que por fin, el silencio se quiebra:

¿Quién sos Josefina? pregunta con verdadera curiosidad. ¿Quién es la que está detrás de ese nombre? Me parecés un misterio difícil de descifrar.

¿Qué querés saber?  contesto desafiante

Quiero saber de tu vida. ¿Cómo son tus días?

Dudo unos instantes en contestar:

¿Serías capaz de guardar el secreto?

Y comienzo a hablar sin detenerme. Como si tuviera la necesidad de compartir con alguien ese enorme peso, que guardo celosamente.

Ya compartimos algo más y quizás ahora, el secreto más pese. Quizás no lo vea nunca más… o sí… pero en ese submundo paralelo que nunca logra tocar al otro… al real.

Soy una señora de barrio, valorada y respetada por mis vecinos, que día a día ven como cumplo con mis responsabilidades, derrochando simpatía, sin perder la compostura, sin descuidar mi aspecto siempre jovial. Una vida tranquila, sin sobresaltos… Una vida aburrida…

Todas las noches, después de la cena, me siento con mi esposo a estirar la sobremesa con un tecito “de hierbas” bien humeante que desprende aromas a chocolate e invita a la calma. Ese té lo sume en un sueño profundo hasta la mañana siguiente. Y es entonces cuando me escabullo para que la noche con su música y su gente me sacuda la monotonía. Hoy he ido más lejos que nunca.

Lautaro escucha con los ojos bien abiertos y el ceño fruncido.

¿Podrá entender de qué se trata realmente este proceder clandestino?

Y ahora, después de tanta charla debo irme. le digo intempestivamente mientras me pongo de pie. Estoy a punto de convertirme en calabaza.

Abotono mi blusa, acomodo la pollera y calzo mis zapatos. Lo miro y no puedo evitar desear sus besos otra vez. Nos besamos con ansia, sin querer separarnos, pero debo irme. Suavemente nos separamos y corro por las calles vacías mientras el sol anuncia el día.

No puedo huir del deseo de volver cada noche a la misma calle donde nos encontramos y de la mano buscamos las sombras para amarnos con pasión y sin promesas. Es mi secreto mejor guardado. Lo que me da fuerzas para seguir cada día. Hasta que una mañana, cuando me dispongo a mi rutina diaria de las compras, atravieso la puerta de entrada, le echo llave y al darme vuelta para iniciar mi recorrida, detrás de un grueso árbol lo veo a él. Apoyado displicentemente observándome con su hermosa sonrisa irradiando su cara. Quedo petrificada en la vereda. Mis piernas tiemblan y mis pies no responden. Camina hacia mí con aire despreocupado, abriendo sus brazos…

Un grito ahogado estrangula mi garganta: ¡Mi secreto!


Claudia Velázquez - Taller del Mate



enero 20, 2023

La sonrisa detrás de una rosa

 Esta podría ser una historia tierna, sobre árboles, sombras e infancias. O sobre una pareja de enamorados que religiosamente se intercambian regalos y flores cada 14 de febrero. Tal vez una fantasiosa, con plantas que arrasan ciudades. Pero no, esta es MI historia.

Voy a empezar por contar que hace apenas un mes, una llamada telefónica cambio el rumbo de mi tarde de trabajo. De repente todo se volvió urgencia, y solo pude correr al auto y manejar sin parar. Lo que vino después fueron corridas, abrirme paso entre autos, escuchar el ruido ensordecedor de un helicóptero, y llegar sin aliento hasta el lugar. Le siguieron médicos, hospitales, discusiones, noche improvisada en el asiento del auto, cirugía, oxigeno, calmantes y mucha angustia contenida.

La vida tiene esas cosas, nunca te avisa que te prepares para algo difícil. Espera a que estés cómoda y relajada, para darte el sacudón. Y ahí vos tenes que ver como pararte en el ring y aguantar la mayor cantidad de rounds posibles sin llegar al K.O

Y ahí esta una, mas acompañada que de costumbre, pero más sola de lo que quisiera. Porque estamos de acuerdo que la fortaleza tiene buena prensa, pero yo me pregunto: ¿hay otra opción? Cuando tu compañero de ruta amaga con abandonar el juego, no te queda otra que aferrarte con uñas y dientes a la fe, y hacer de cuenta que nada ni nadie pueden doblegarte. Ya lo decía la canción que apareció esa noche camino al hospital: “Avanti morocha, que nadie está muerto, no tires la toalla que hasta los más mancos la siguen remando”. Asique imaginé que, si alguien sin manos podía remar, también tenía que hacerlo yo. Y así pasaron los dias, con una entereza digna de una novela enlatada, de las 4 de la tarde.

La parte difícil viene justamente después de que te bajas del ring. Ahí te volves humana otra vez, y ya no podes soportar la armadura sobre el cuerpo, quedándote el alma a la intemperie. Cuando te das cuenta que la historia pudo ser otra, que eso podría no haber pasado, o que eso podría haber sido peor , empiezan a aparecer imágenes repetidas, que las fabricas una y otra vez, como una melodía masoquista que no para de sonar.

Tratas de encontrarle el sentido a todo, de ver si hay alguna señal divina que quiso decirte algo y no la viste. Tratas de desmenuzar cada parte de ese rompe cabeza para entender para donde hay que volantear. Y mientras tanto la vida sigue, las obligaciones vuelven, la rutina se acomoda otra vez y no te queda otra que sacudirte las rodillas, levantarte y seguir. Como cuando queres subirte a la calesita pero ya empezó a dar vueltas sin vos.

No te queda otra que llorar cuando manejas sola, o cuando la ducha aporta un ruido que confunde. Te preguntas una y otra vez, hasta cuando te va a acompañar esa sensación de vacío si ya todo va volviendo a la normalidad.

Hasta que un día, sábado para ser más exacta, salís de tu casa para ir a buscar a tu hija a un ensayo. Las horas previas a un partido de mundial, me hacen pensar en calles vacías y un tanto peligrosas, por eso decidí estar a esa hora en la puerta del club. Me siento en un escalón y me hundo en pensamientos que ya no me acuerdo. Una flor, una rosa china amarilla interrumpen la abstracción. Sosteniéndola, un completo desconocido.

-¡Te molesta si te la regalo?- me dijo tímidamente.

- No, para nada- le respondí.

-¿Sabes lo que pasa?- me dijo- estoy peleándola en la calle, y dar algo a cambio de una sonrisa, me hace bien- y se fue caminando para el lado la avenida.

Y ahí me quede, con una rosa amarilla en la mano, y una sonrisa en la cara, pensando en cuantos gestos sencillos pueden significar poco para unos, y tanto para otros.

Porque yo supe que el buscaba una sonrisa para alivianar su viaje, pero él nunca se va a enterar que a mí se me ablando el alma, aunque sea por un rato.

Me gustaría correrlo hasta la esquina y darle un papel que diga:

“Avanti morocho, que nadie está muerto, no tires la toalla que hasta los más mancos la siguen remando”.  


Cintia García - Taller El Megáfono al Sol


enero 17, 2023

Rosita

 Viajar me encanta. Con Daniel nos enamoramos, nos casamos, viajamos, hicimos la casa, tuvimos dos hermosos hijos, pasaron los años, viajamos menos, nos quisimos menos y por último, nos divorciamos. Mis deseos de viajar habían permanecido intactos.

Mi hermana Julia, se había casado con un militar y se habían ido a vivir a San Carlos de Bariloche. Daniel y mi hermana, nunca se habían llevado bien, por lo que para evitar mayores conflictos, jamás los fuimos a visitar durante mis veinte años de matrimonio. Fue así que luego del divorcio, yo había comenzado a viajar unas dos veces al año. Quisiera detenerme en uno de esos viajes, en donde conocí a Rosita, mi compañera de asiento.

Subí al micro, me ubiqué en la butaca del pasillo y mientras revisaba el bolso buscando unos caramelos de propoleo, con la seguridad de que los había puesto allí antes de salir. Ante mí, se paró una señora mayor que con gesto firme y sin dejar de mostrarse amable, me pidió permiso para ubicarse en el lugar junto a la ventanilla. Cuando levanté la vista, la observé muy elegante, con su pequeña capelina bordó sostenida por un florido pañuelo de seda, unos enormes anteojos de carey que dejaban ver sus ojos violetas. Con una sonrisa amable me estiró la mano para saludarme, me dijo que se llamaba Rosita y que ese era su primer viaje a Bariloche. Que lo hacía en micro ya que le tenía terror a volar. Al pasar junto a mí, no pude menos que extasiarme al aspirar la fragancia de Chanel N 5 que sutilmente usaba. Sus manos muy cuidadas, sus delgados dedos luciendo anillos, que junto con los aros y colgantes, se mostraban como joyas de alto valor y que produjeron en mí, cierto temor al pensar en la fragilidad que mostraba su figura y lo expuesta que estaba a la tentación de los amantes de lo ajeno. Mientras disfrutabamos del primer tentempié, comenzamos la charla. Rosita me preguntó si estaba en pareja, a lo que le conté de mi divorcio y de mis viajes. Ella me confesó que cada vez que se quedaba sola, hacía un nuevo viaje. Y este era el tercero ya que nuevamente había sido viuda. Mis ojos supongo que habían conseguido su mayor tamaño, por el asombro que me representó la situación y más por la frialdad con que me siguió relatando las circunstancias de sus sucesivas “desgracias”:

A Jonny lo conocí en Las Vegas, nos enamoramos y nos casamos allí mismo. Era soltero y sin familia. Paseamos mucho por California, pero era muy bebedor y violento. Eso me hacía muy infeliz, menos mal que pronto se terminó. ¡Pobre! En una de sus borracheras se le ocurrió caminar por el borde del Cañón del Colorado. Sus restos me los entregaron dos días después, cuando los pudieron rescatar con un helicóptero. Solo por la ropa lo reconocí.

Años después viajando por Francia, conocí a Ferdinand. Soltero de buen vivir, le gustaba el casino para jugar Baccarat y la buena comida. Nos casamos en la Basílica de Sacré-Coeur del barrio de Montmartre. Pero a Ferdinand, le gustaba más el juego y los restaurantes que el vivir en pareja. Él me dejaba muchas noches durmiendo sola. Pero eso pasó por poco tiempo. En el último lugar que fuimos a cenar, ninguno de los dos se había dado cuenta que la exquisita sopa que nos habían servido, llevaba pasta de maní, producto al que Ferdinand era alérgico. La inmediata reacción de su cuerpo no dió tiempo a su atención y el pobre falleció en su misma silla. 

Algo en mi morbo me obligaba a escuchar el próximo relato que debía sucederle a lo ya contado, pero apagaron las luces del micro y debimos silenciarnos. Con el amanecer y cerca de la ciudad de Neuquén, nos sirvieron el desayuno. No había dormido bien por el frío del aire acondicionado y por lo nerviosa que me sentía gracias a los relatos de Rosita. Cuando me miré al espejo en mis ojeras se notaba la mala noche, la observé a Rosita y estaba impecable, delineados sus ojos, el carmín de rojo intenso sobre sus labios y maquillaje sobre sus pómulos. Me miró y me propuso:

¡Te sigo contando nena! El siguiente marido lo conocí en Estambul, Hermes era griego, capitán de un transporte que viajaba entre Atenas y Estambul. Hermes, era el marido ideal, amable, bueno y generoso. Tampoco tenía familia. Juntos la pasábamos bien, viajamos mucho, pero era un pésimo amante. Y ya me había cansado de masturbarme a solas. Menos mal que Dios aprieta pero no ahorca y al pobre lo encontraron con droga en la embarcación. Para la justicia de Turquía fue culpable, lo condenaron a cadena perpetua. Lo visité varias veces pero estaba muy deprimido y para ayudarlo solo pude conseguirle una cápsula de cianuro. En pocos días me avisaron que se había suicidado. ¡Qué Dios se haya apiadado de su alma!

    Llegamos a la terminal y ella se despidió con total naturalidad. A mí los secretos de Rosita, me habían movilizado bastante. En muchos momentos sentía que había estado compartiendo ese viaje con una verdadera asesina y en otros tantos, con una escritora frustrada. 


Charly Bicen - Taller del Mate


enero 13, 2023

Todo es gris

 Amaneció.  Raro. ¿Cuánto hacía que no veía el amanecer cara a cara? Siempre detrás del escritorio, viendo los rayos del sol asomarse entre las ramas y aleteos de esas palomas. No se detuvo jamás en el color, los aromas, los silencios…

Ese amanecer, en el barrio, no fue semejante a tantos otros amaneceres. Fue único.

Su retina capturaba en una toma panorámica una rama, un techo, las puertas, un timbre, macetas, un pedacito de cemento,  un sachet de leche perdido, sus plantas, su pasto y el portón. Sin darse cuenta estaba llevándose su lugar en el mundo, el que siempre negó.

Ese miércoles fue diferente, tan distinto…

La sombra de una noche era difuminada por un dorado envolvente mezcla de tristeza, incertidumbre y seducción.

Los abrazos de despedida habían sido dados, las palabras dichas parecían un péndulo dentro de su mente. Como una princesa de cuentos, su príncipe la aguardaba. Pero no en un caballo blanco, más bien era un corcel utilitario; tan cargado, que no se distinguían las  ruedas.

Partió junto a  su príncipe, dejando atrás absolutamente todo, llevando consigo ilusiones de colores atesoradas en sus puños apretados, en su llanto prolongado.

El viaje  fue largo, pero la aventura de llegar a un nuevo destino  fue su credo.

Lloró, salado y dulce lloró. Recorrieron mil doscientos treinta kilómetros de fantasías sazonadas con varios matices y sin palabras. Por momentos cruzaban miradas porque el humo del  cigarrillo de él le molestaba.  Luego, ella volvía a su estado catatónico de revivir la película de su partida.

Confiaba, creía y seguía.

Repasó mentalmente, en el segundo tramo de mil setecientos setenta kilómetros, las conversaciones que tuvo con Mariana previas a su partida , y lo que se agitaba en su pupila era el color gris.

–¿Allá te vas a ir? La calle es gris, el árbol es gris, las casas son grises, el cielo gris, el sol es gris ¡y los pajaritos son grises!–

¡Tan exagerada iba a ser Mariana!

Llegaron de noche, imposible detectar los grises. La ilusión le hacía ver todo diferente. Llevaba vida en sus manos apretadas, llevaba sueños en el péndulo colgante, llevaba todo lo que un nuevo comienzo puede gestar en el vientre de la esperanza.

Cortinas color beige, colchas de colores, tapetes brillantes y repasadores a lunares.

¿Gris…por qué gris?

Ese viernes soleado comprobaba que el sol era del mismo amarillo que ella lo había pintado en sus cuadernos de primaria, como los perros que eran blancos y los árboles verdes con troncos marrones.

Su casa era chica y linda. Aún tenía muchas cajas por vaciar.

Conforme pasaban los días iba conociendo muchas caras, pocos corazones.

Aunque feliz, desató el último y desarmado cubo de cartón corrugado que tanto celaba. Claro, era una sorpresa ¡qué sorpresa! (¿Pero para quién?)

Descendió las escaleras como lo hubiera hecho Heidi en la pradera, feliz y a los saltos. Ella quería ser feliz y hacer feliz. Era el anhelo más esperado luego de tanta procesión inmerecida.

Feliz bajó, sonriente, hasta tarareando alguito…

–¿Gris Mariana, de verdad?– pensó.

Gris y maldad, gris y mezquindad, gris y falta de verdad, gris y alfileres.

Entonces recordó la canción del Nano: ”Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.”

Ella descendió de su corcel utilitario, color gris, con sus manos apretadas, sosteniendo globos de colores, muchos colores; a una ciudad donde la gente  sólo conocía de alfileres.

–Sí Mariana, TODO es GRIS.


Bettina Barrionuevo - Taller El Megáfono al Sol


enero 10, 2023

Niñeces y choripanes

 Pilar volvía en taxi de unas mini vacaciones que se había tomado en Miami, donde se había estado divirtiendo con unas amigas, en las playas paradisíacas que esa parte de Estados Unidos puede ofrecerte.

Estaba tan relajada que en su cabeza sonaba la canción “Oye” de la cantante Gloria Estefan: “Oye mi cuerpo pide salsa, Y con este ritmo, Vamos a bailar, Oye mi cuerpo pide salsa, Y con este ritmo No quiero parar”.

Aunque esa relajación mental se le fue apenas llegó a su departamento, porque a dos cuadras de su edificio, había una manifestación política en apoyo a la ex presidenta Cristina Fernández, ya que la habían condenado a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por una causa de corrupción.

Desde el balcón de Pilar se escuchaban los bombos y platillos y los diferentes cánticos en apoyo a la actual vicepresidenta de la Argentina. Y por un segundo quiso estar de nuevo en Miami y dejar de escuchar a estos negros de mierda.

Al día siguiente recibió el llamado de su hija Julieta:

-¿Hola, mamá? ¿Cómo estás?

-Hola hija, todo bien por suerte, volví toda bronceada de Miami, te traje algunos regalitos.

-¡Qué bueno! Que la hayas pasado lindo en Miami. Te quería pedir un favor. Si podías cuidar mañana a Mateo, porque tengo planeada una salida con amigas. Pero la niñera no lo puede cuidar.

-Sí, claro, hija, traelo a mi nieto, que nos vamos a divertir mucho.

-Genial, ma, muchas gracias por cuidarlo. Te mando un beso

-Besos, Julieta, que te diviertas en tu salida.

La verdad era que Pilar no veía muy seguido a Mateo y ni siquiera le gustaba que le dijera abuela, porque la hacía sentir más vieja. Pero pensó que como su nieto ya tenía seis años se iban a llevar un poco mejor e iba ser más fácil entretenerlo.

Finalmente, al mediodía la abuela recibió la visita de Mateo que la abrazó apenas la vio. Pilar ya tenía planificada todas las actividades que harían juntos. Primero, lo llevaría a la Plaza de Mayo a darle de comer a las palomas, luego irían  al cine a ver alguna película infantil y por último comerían una rica merienda en alguna patisserie de Recoleta.

Cuando llegaron a Plaza de Mayo estuvieron bastante tiempo dándole de comer miguitas de galletitas a las palomas. Y en algunas ocasiones Mateo también las perseguía cuando se acercaban mucho.

Pilar tenía que estar constantemente atrás de él pidiéndole que no corriera mucho y que no se alejara de ella porque era peligroso.

En un momento, se comenzó a escuchar la marcha peronista a lo lejos porque se acercaba otra movilización política en apoyo a la  vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Los militantes de La Cámpora y otras agrupaciones ingresaban a la plaza cantando: “Por ese gran argentino, que se supo conquistar, a la gran masa del pueblo, combatiendo al capital, Perón, Perón, qué grande sos, mi General, cuánto valés, Perón, Perón, gran conductor. Sos el primer trabajador. Con los principios sociales, que Perón ha establecido, el pueblo entero está unido, y grita de corazón: ¡VIVA PERÓN! ¡VIVA PERÓN!”

Pilar se horrorizó apenas vio a los militantes peronistas cantando y agitando sus banderas.  Tomó a Mateo de la mano y se dispuso a llevarlo al cine. Pero no podía ir a ese lugar sin antes atravesar la marcha que fue ocupando toda la Plaza de Mayo.

Sintió asco y repulsión, porque olió la transpiración de los militantes kirchneristas que se notaba que venían desde lejos caminando. También comenzó a sentir el aroma a choripán de los puestos que lo vendían.

En un momento, Pilar dejó de sentir la mano de Mateo en la suya y se dio cuenta que había perdido a su nieto. Desesperada le preguntó a un joven militante si había visto a un niño de seis años mostrándole una foto que tenía en su celular.

El joven le dijo que a los niños perdidos los llevaban a una esquina que estaba cerca de Avenida de Mayo. Pilar lo siguió, fueron caminando rápido y ahí vio a Mateo que estaba comiendo un choripán rodeado de militantes peronistas.

Pilar lo abrazó apenas lo vio y se sintió más unida en ese momento a su nieto. Le quiso agradecer con dinero a los militantes que lo habían cuidado, pero ninguno aceptó. Así que simplemente les dijo muchas gracias a todos.

Después, salió de la plaza con Mateo a upa, se tomó un taxi y se fueron al cine. Mientas Pilar sacaba las entradas para ver una película de Los Minions, escuchó cómo su nieto comenzó a cantar la marcha peronista con dificultad, porque había algunas palabras que le costaba pronunciar, pero el coro le salía perfecto: “¡VIVA PERON! ¡VIVA PERON!” vociferaba antes de entrar a la sala de cine.


Ariadna Boza - Taller del Mate



enero 06, 2023

Papel, mancha y amor

 -¿Y esa cajita no la tirás?

-No, no la tiro.

-¿Qué guardás en la cajita?

-Un papel.

-¿Me mostrás lo que hay en el papel?

-Es una mancha, pero no cualquier mancha. ¿Querés que te cuente?

 

Cada última luna menguante del año realizaba el mismo ritual de destierro y limpieza energética. Hacer espacio fue siempre la premisa. Dejar ir eso que ya no le sirve.

Comenzaba ordenando la casa en profundidad, revisaba los placards, la biblioteca, la cocina y especialmente el baño. Era una limpieza exhaustiva, minuciosa y larga. Se revisaba cada cajón, cada espacio de guardado. Todo lo que no había usado durante el año, lo que ya no la representaba, lo que no necesitaba, se tiraba. Era momento de sacarlo de circulación.

Parecía mucho trabajo, pero como era una rutina no habían tantas cosas que se juntaran en un año. Usualmente comenzaba desde atrás hacia delante: cocina, habitación, baño, living, escritorio. A medida que pasaba por las habitaciones, sacaba bolsas que dejaba en la entrada.

Barría los pisos, comenzando por la cocina, hasta la puerta de entrada y limpiando de adentro hacia afuera.

Esa vez, cuando ya había llegado  a la puerta de entrada, y estaba por sacar todo lo barrido  arrojando las bolsas fuera de la casa (esto solía  hacerlo enseguida), se dio cuenta de que no había revisado los cajones del escritorio. Entonces, se sentó tranquila y sacó de a uno cada  papel y los fue seleccionando. En el fondo de uno de los cajones chiquitos, tanteó “la cajita”, esa que había sido tema de conversación de muchas limpiezas anteriores.

La contempló por un rato. Era de color verde, texturada como pergamino, con un logo dorado en la tapa que decía “LONDON TIES”. La abrió lentamente como si se pudiera romper. Adentro había un papel que alguna vez fue rosa, doblado en cuatro. Cuando lo desplegó, se dejó ver una mancha azul celeste. ¿Por qué guardaba un papel con una mancha? Porque no es solo una mancha, es una historia.

Se lo acercó a la nariz y sintió el aroma de su adolescencia: bergamota, clavel de rosa y vainilla. Y cerró los ojos dejándose llevar por el recuerdo.

Él sonreía con esa risa tan blanca que contrastaba con lo moreno de su piel. Bien peinado, alto y tan formal con el uniforme del colegio.  Ella colorada con toda la fuerza de  su alma, sin atreverse a levantar la mirada por miedo a lo que esperaba con tanta ansia. No retiraba la vista del papel que él le había entregado y donde se podía leer con letra cursiva inglesa un Te amo

Los dos clavados a escasos diez centímetros uno del otro, sin poder dar el paso necesario; y entonces el equilibrio, o la falta de él, hizo que por fin se acercaran tanto que era imposible volver atrás. Solo pudieron seguir hasta encontrarse en ese primer beso. Tan torpe y cándido; tan dulce y apasionado.El primer amor siempre es puro y ardiente.

Después, avergonzados y heróicos, riéndose de su proeza, caminaron hasta la puerta de la casa de ella.Una vez sola en su cuarto, volvió a leer el papel. Lo dobló y lo escondió como el mayor de sus tesoros.Si todo pudiera quedar en esa simpleza, sin reservas, ni negaciones, sin ver lo que no hay y enaltecer lo que se siente.

Su mamá se enteró -en todos los barrios hay una vecina chusma- y se lo informó a su papá. Los dos muy alterados, le explicaron la imposibilidad de lo que ella sentía. Una cuestión de  prioridades que a su edad tenía que cumplir. Sin olvidar las desgracias posibles que le podrían ocurrir. No sabían nada, pero suponían todo. Después vinieron  las mudanzas a la casa de la abuela, las prohibiciones, el enojo y el casi olvido. Toda una comitiva de parientes organizaría muchas actividades con ese fin: que ella por fin se olvidara de él.

Abrió los ojos inundados.

Tantas lágrimas fueron borrando el mensaje del papel, la tinta estilográfica no resiste el agua. Quedó el papel, la mancha y su historia que nunca había contado.

 

-Y esa es entonces, la historia de esta mancha.


Alejandra Rozas - Taller de la Luna


enero 03, 2023

Donde habito

 Nací en la década del 60, con la liberación sexual y el amor libre como bandera de los jóvenes de aquella generación. Mis padres, de familias conservadoras, estaban en el medio entre ser hippies y acatar las reglas. Eran estudiantes universitarios, con mil ideales y la vida por delante. Parece que mamá no entendió muy bien que la liberación sexual, sobre todo de la mujer, iba de la mano de los anticonceptivos, porque en un campamento de fin de semana quedó embarazada, de quien supongo que es mi padre, o por lo menos se hizo cargo y ejerció el roll. El asunto es que yo llegué a este mundo haciendo quilombo desde el minuto mismo en que vi la luz.

Durante toda mi infancia fui un bicho raro, siempre sentí que el cuerpo que habitaba no me pertenecía, y no se porqué pero tenía la certeza de que algo sobrenatural había pasado en el momento de mi encarnación, por lo que elaboraba teorías descabelladas, leyendo y buscando información de toda clase que me ayudara a entender aquel sentimiento que me perturbaba, y a la vez me daba mucho pudor y verguenza expresar. Aunque en la escuela se daban cuenta de que algo en mi no estaba bien.

Todo se complicó más en la adolescencia, cuando los pibes empezaron a insistir en que yo tenía que debutar, porque si no era “rarito”. Las bromas eran cada vez mas pesadas, sentían una curiosidad morbosa por verme desnudo. A mi no me crecía pelo en el pecho, tampoco tenía ni una sombra de barba, poco bello en las axilas y casi nada en las piernas. Ese cuerpo raro que no lograba entender era independiente y hacía lo que quería, menos formarse como un cuerpo de varón, o de macho, como decían los pibes. Ellos competían en el baño midiéndose el pito, a ver a quien se le paraba más, mientras yo no entraba ni a hacer pis porque tenía miedo de que me obligaran a mostrar el mío, que para mí era de alguien extraño, de otra persona.  Yo usaba el pelo largo, y me gustaba más estar con las chicas, charlando, pintándoles las uñas y mirando revistas de artistas super sexis, jugando al voley, o mediando en alguna discusión entre ellas que nunca faltaba. Una vez una me preguntó si quería pintarme los ojos, a mi me tembló la voz pero casi en un susurro dije que sí. Las chicas, que seguramente habían hablado antes entre ellas, trajeron maquillaje, ropa de mujer, sandalias, y empezaron a jugar conmigo como si jugaran a las muñecas. Yo veía cómo ellas manejaban a su antojo ese cuerpo que nunca sentí mio, sacándole una ropa para ponerle otra, agarrándole los pies para ponerles tacos altos, mientras otras pintaban los labios y las pestañas, las uñas, atando el pelo en una graciosa cola de caballo. Cuando terminaron trajeron un espejo para que viera el cuerpo entero…No sé cómo contar lo que me pasó en ese momento, fue la primera vez que reconocí algo de mí en esa imagen. Me acerqué mucho al espejo para mirarme a los ojos, cuando llevé mis manos a la cara y vi mis uñas pintadas, una emoción intensa me recorrió de la cabeza a los pies, empecé a acariciar mis brazos, mi pecho, mi cadera, mis piernas. Con suavidad pasaba mis dedos por mi pelo, las manos me temblaban.

ㅡ¡SOY YO! ㅡgrité con la voz quebrada

ㅡ¡Sos vos! ㅡrepitieron a coro mis amigas, casi tan conmovidas como yo.

Estuve en ese trance un rato, no se cuánto, hasta que una de las chicas preguntó:

ㅡ¿Ahora cómo te llamás? 

La pregunta me quedó dando vueltas en la cabeza. Tenía más decisiones que tomar: volver a cambiarme con la ropa que usé hasta ese día me dio nauseas, pero no me animé a llegar a casa vestida de mujer. Estaba muy confundida ¡pero feliz!, empecé a entender quien habitaba ese cuerpo que me era extraño, a buscar el camino para dejarla salir, para que todos la vieran, para aprender a tratarla con respeto y amor.

Todos los días vuelvo a empezar, me levanto sintiéndome extraña, en el cuerpo equivocado. Me paro desnuda frente al espejo y me digo en voz alta firme y clara:

ㅡ¡Hola! ¡Soy Marina, y éste es el cuerpo donde habito! 


Adriana Sicilia - Taller del Mate