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Ahí estoy. Apoyada en el alfeizar del ventanal de mi casa que era hermosa. Es un día especial, no sólo para mí, también para mis padres. Primer día de clases en una Escuela de prestigio. El uniforme, un poco adusto para una niña tan pequeña: una falda plisada debajo de la rodilla sostenida por anchos tiradores ondeados. En la cabeza una boina que podría ser hasta graciosa si no fuera tan armada. Mi cabello renegrido y brillante con suaves rizos. Era un día especial, por eso mi madre la noche anterior, con mucho esmero lo ondeaba colocando bigudíes hechos con tela y papel humedecidos.
Y yo… me sentía bella.
Después, la escuela. Un patio enorme. La soledad y el desamparo deambulando por galerías frías e indiferentes. Algunas maestras, muy pocas, sólo dos y muchas, muchas “hermanas” con el hábito oscuro, igual que mi pollera plisada. Sus rostros eran dulces y su mirada compasiva, lo que inspiraba confianza.
–Tenés ojos moros –me decía mi madre para resaltar mi belleza, ante los ojos claros de mi hermano, tan codiciados.
Y yo, lo creía.
–Las chicas a las que se le juntan las cejas, son malas –decían las muchachas más grandes impiadosas–. Y a las chicas malas nadie las quiere.
Mi hermano. Mi hermanito.
Mis tíos, llenos de amor y ternura, me llevaron a conocerlo, cruzando un puente enorme, al que me asomaba con un ramito de flores apretado entre las manos.
¿Qué hay a los lados del escenario? Dos puertas pequeñas siempre cerradas, dejan escapar la oscuridad cuando alguien se atreve a abrirlas, pero nunca atravesarlas. Dicen que es un sótano, pero cualquiera diría que es el paso al mismo infierno.
Ya no existen lugares ocultos, todos pueden ser descubiertos, desafiando el temor y sobre todo a la autoridad. Merodear por el parque juntando los coquitos que lo inundaban. Acercarse a la quinta de la hermana María que trataba de corrernos con su bastón en alto, pero su torpe caminar le impedía alcanzarnos. ¡Cómo reíamos mientras corríamos con insolencia! Escondernos en el campanario para fumar o subir a los techos para asolearnos durante horas entre charlas y confidencias.
Claudia Velázquez - Taller del Mate
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