Páginas

noviembre 08, 2021

Blanco y negro


Imagen: Oscar Cesareo

En este instante, no sé por qué, se me viene a la memoria una vieja foto de mi infancia. No la tenía presente, pero ahora que la recuerdo, me parece volver a verla y se me representa nítida aquella situación perpetuada en el papel, aunque sin mucha precisión de los detalles de ese día. Sí recuerdo que fue en Dolores. En esa época íbamos todos los años a pasar unos días de vacaciones a la casa de mis tíos. La tía Nelly era hermana de mamá y la única que vivía en Dolores, el pueblo en el que había nacido mi abuela materna, que entonces vivía con nosotros. 

Allí estamos, en el papel ajado, Mabel y yo, en ese carrito tipo jardinera o mateo al que está atado un petiso. Yo estoy con las riendas en la mano y mi hermana a mi lado, ambos en el primer asiento del carrito, el de atrás está vacío y unos metros más allá, sobre la vereda, semi escondida, como robando cámara, dirían ahora, parada al lado del plátano gigante, está mi madre, quien por descuido del fotógrafo entró en el cuadro.
Recuerdo que la cámara era una caja de madera apoyada sobre un trípode, también de madera, y que el fotógrafo se cubrió la cabeza con una capucha negra para evitar que entrara luz mientras enfocaba el lente antes de hacer el disparo. Era común entonces ver esas cámaras en el zoológico y en el rosedal de Palermo, en los parques y plazas de Buenos Aires. También las había en Luján, frente a la Basílica, pero nunca había visto un fotógrafo con una de esas cámaras al hombro y un carrito tirado por un petiso caminando por las calles de Dolores.
Ahora que repaso esa imagen con atención, supongo que mi madre debe haber hecho esperar bastante tiempo al fotógrafo antes de subirnos al carro, porque la remera que tengo puesta, con rayas horizontales blancas y azules era una que me ponía solo en ocasiones en las que íbamos de visita a la casa de algún pariente, que en Dolores eran muchos, o para salidas que exigían estar más o menos presentable. Me vino a la memoria esa remera azul y blanca, pero que en la foto es blanca y negra, como todo en las fotos de entonces. Esas fotos, igual que las películas viejas, siempre me desconcertaron. Yo no imaginaba, aún hoy me cuesta mucho hacerlo, el color real de las cosas y las personas que yacen en esas imágenes. ¿De qué color serían aquellos vestidos, trajes, sombreros? ¿Cuáles eran los tonos de las calles y las ciudades? ¿Cuáles los colores de los tranvías, los autos y los carros? Yo recuerdo que el carrito de la foto era rojo y blanco con filetes dorados y que el petiso era blanco. Del fotógrafo no me acuerdo.
Cuando veía las viejas películas, las del cine mudo y aún las sonoras, yo daba por seguro que todo era blanco y negro. Después, cuando tuve unos diez años más o menos, comencé a dudar y a preguntarme por esos colores. Ya sé, me dirán que la nieve siempre fue blanca, el pasto verde y cielo celeste, sí. ¿Pero el resto? ¿De qué color eran los ojos de Carlitos? Sí, de cualquiera de los dos, del de allá, que corría revoleando bastonazos por las calles de Hollywood, o el de acá, que silbaba tangos en el Abasto. ¿De qué color eran? ¿Y el vestido de mamá, ese que tiene puesto en la foto? Para mí siempre será gris claro, como quiso el fotógrafo.
Lo que puedo asegurar es que el día de esa foto era carnaval. Nosotros íbamos a Dolores a pasar los carnavales, como decían en casa. Tengo presente los juegos con agua en las calles, que arrancaban a la hora de la siesta y duraban hasta la caída del sol. Después bañarse, cambiarse, comer e ir al corso. Allí, mis tíos, mi abuela y mis padres se encontraban con parientes y conocidos. Todos se saludaban efusivamente, alguno se identificaba después de sacarse la máscara y de haber tirado papel picado, espuma o lanza perfume. 
Cuando terminaba el corso íbamos los bailes de los diferentes clubes de Dolores, que eran unos cuantos. Allí nos quedábamos hasta tarde, yo aburrido, los más grandes bailando y conversando con medio mundo. Mi escasa diversión consistía en sentarme al borde del escenario y ver de cerca a los músicos que tocaban, especialmente a los bateristas. Eso atenuaba mi aburrimiento y evitaba que me durmiese, aunque algunas veces me desperté en la cama sin saber cómo había llegado desde el escenario hasta allí.
Repaso otra vez la foto. De esta foto, salvo Mabel, todos son recuerdos: la remera, los colores, el carro, el petiso, la cámara, el trípode, el plátano y mamá. 

Oscar Cesareo - Taller de la Luna


No hay comentarios:

Publicar un comentario