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Espiando por el ojo de la cerradura podía relojear a mi antojo lo que pasaba del otro lado. Ella miraba por la ventana con un binocular y se le dilataban las pupilas cuando veía al morocho de anteojos que vivía en el tercero D del edificio cruzando la calle. Él parecía no ver nada de nada porque achinaba los ojos para mirar la pantalla de la computadora aún con los lentes puestos, y se movía con indiferencia, aunque a veces a mí me parecía que miraba de reojo hacia el departamento de ella, como si supiera que lo espiaba y le gustara el juego de la espía y el espiado. Yo por mi lado disfrutaba doble sabiendo que ninguno de los dos veía la posibilidad de que alguien más los estuviera viendo, mucho menos alguien como yo.
La rutina se repetía, me acomodaba para mirar por la cerradura a esa mujer que miraba con binoculares a ese hombre de anteojos que la miraba de reojo simulando no verla, y ella terminaba con los ojitos brillantes y unas ojeras cada vez más azules. Hasta que una tarde de verano el salió al balcón, dirigió la mirada directamente hacia ella, giñó un ojo y tiró un beso al aire. A ella se le cayeron los binoculares, se tapó los ojos con las manos, corrió hasta la cama, se puso anteojeras como si la luz del sol la cegara y por un rato se le nublaron la vista y las ideas. Yo también me asusté y corrí a esconderme como si hubiera sido visto robando un queso. Al día siguiente dudé, pero la curiosidad me ganó y volví a espiar, esta vez por un agujero que había en la puerta que estaba rota y se podía ver cómodamente hacia adentro de la habitación; no había nadie, los binoculares estaban sobre la cama y había ropa desparramada por el suelo. Junté coraje, abrí la puerta y entré utilizando mi visión panorámica, salí al balcón y ahí estaban los dos mirándose tiernamente, ella entornando bobamente los párpados como si los ojazos de él la encandilaran y él con su mirada seductora y las ojeras más espantosas que vi en mi vida, hasta que por el rabillo del ojo alcancé a ver una sombra que se acercaba y al girar sobre mis pies me encontré de frente con la felina mirada amenazante. El maldito gato me corrió por todo el departamento, pero por suerte fui más veloz y llegué a meterme otra vez al placard por el agujero de la puerta.
Desde ese día tengo pesadillas, sueño que me quedo ciego y soy atravesado por un rayo que sale de los ojos del gato. Estoy buscando nuevo departamento para mudarme, éste ya me aburrió. A simple vista me gustó el noveno B, tiene alacenas vidriadas dispuestas en panóptico desde donde se ven todos los rincones de la casa. Claro que antes de salir miro por el ojo de la cerradura para asegurarme de que el gato esté dormido.
Adriana Sicilia - Taller del Mate
Muy bueno!👏
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