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mayo 09, 2022

Espejos

 

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Estaba todo tapado: los sillones, los espejos, los muebles, y el piso estaba recubierto por un manto de color ocre. Abrí las ventanas y todo parecía haberse quedado como siempre, intacto. Hacía cinco años que había dejado la casa de mis padres, pero ellos decidieron que sería mía cuando viajaran a Francia y eso fue hace dos años. Me daba sensaciones esa casa. Primero por la ubicación de cada cosa. Me acuerdo de que mi papá estaba obsesionado por cada centímetro que ocupaba el sillón o la mesa. Se daba cuenta en cuanto la movíamos siquiera un poco. Que cada cosa iba en su lugar y el orden se mantenía así. Era muy recto. 

Y así conservaba mi antiguo departamento, cada cosa en su lugar. Así iban y venían relaciones, pero mi departamento seguía intacto. No me parecía rara su determinación. Salvo que las cosas allí ya no eran de ellos sino mías. Y que el orden tenía diferentes aristas si las veíamos desde mi lugar. Por ejemplo, la mesa debe ir de este lado, las sillas en este otro, saqué de a poco las telas que cubrían el sillón y las demás cosas. Hasta que llegué a ellos, marco dorado con la forma de una serpiente en donde la cabeza se encontraba arriba y hacía una curvatura que pareciera que te miraba. El cuerpo de la serpiente era muy detallista, los bordes, la hendidura de las escamas y sobre todo los colmillos. Me asusté cuando saqué la tela que lo cubría, hasta pude escuchar que se me abalanzaba. Este espejo es nuevo pensé. Pero me di vuelta y en el pasillo había una hilera, al parecer de espejos, cada uno estaba tapado con una tela color roja de un espesor suave al tacto. Nunca me habían contado acerca de estos espejos, seguro era porque no venía a visitarlos desde mi mudanza. Vaya sorpresa. Intenté llamarlos para que me contaran, pero la señal no era buena, así que decidí dejarles un mensaje. Lo único que recibí de mi padre fue que me las arreglara solo. Que esa casa ya no les pertenecía, y que hiciese lo que pudiese. Que rara conversación. Además de las pocas palabras. 

En fin, decidí quitarles el manto que cubría cada espejo y cada espejo era una extrañeza, el marco de cada una me llamaba mucho la atención: un león, un tatú carreta, un perro, un gato, y una marmota. Y al final del pasillo un espejo con solo palabras que decía algo raro, creo que en latín. No se distinguía cada palabra, seguramente por su antigüedad. 

Caía la noche y yo seguía hipnotizado por el espejo de la serpiente. Amaba esos reptiles, y la forma en que cazaban. Decidí irme a dormir, aunque el polvo de la cama no me dejaba de molestar: me hacía estornudar. Arranqué bien temprano a limpiar una parte de la casa y a acomodarla. Los estornudos se hacían más frecuentes y comencé a sentir un dolor de cabeza. Me recosté, sin pasar por el pasillo de los espejos, porque cada vez que me miraba en uno, me sentía acechado. Pensaba que era síntomas de un posible resfrío. Me acosté. Para mi sorpresa era de noche. Había dormido todo el día. Pasé por el pasillo, para reflejarme en mi favorito y para mi sorpresa el marco no estaba. Mire los otros, nada. Supuse que lo habían robado. Llamé a la policía, y le dije que tenía varios marcos dorados en forma de animales en el pasillo y que ya no estaban.  Me preguntaron si había escuchado algo en la noche y vieron que la puerta no estaba forcejeada ni nada, ninguna ventana rota ni abierta. 

¿Está seguro que estaban ahí? Por supuesto, eso me molesto tanto que los eché. Llamé a mis padres y no contestaban. ¿Qué pudo haber pasado? Me dirigí al pasillo y allí estaba el espejo con las palabras en latín, estaba muy cansado y volví a dormirme, otra vez el polvo y los estornudos. Me desperté a la madrugada tan enojado y ansioso, salí al pasillo y al no ver los marcos me sentí impotente. Escuché ruidos en la cocina, me acerqué con el teléfono en la mano, silencioso y para mi sorpresa había una serpiente gigante durmiendo en la cocina. Escuché otro ruido en la sala y un león saltaba para agarrar una marmota, por debajo un tatú carreta corriendo por mis pies. Se me cayó el teléfono, me miraron todos, hasta la serpiente. Me sentí una presa, corrí por el pasillo y este se hacía cada vez más y más profundo, sentía que me asfixiaba. Sería una comida para el león y para la serpiente que ya pisaban mis pies. Una luz salió del espejo con letras. Grité. Lloraba como un niño. Y de repente la serpiente me cazó. Sentía como aprisionaba mis pies y después mi cuerpo y mi boca, estaba paralizado. Cuando creí que ya estaba todo terminado, me desperté. Salí al pasillo y con mis manos rompí cada uno de los espejos. Cuando ya no podía más, seguí con los pies y la cabeza. Estaba todo ensangrentado. Cuando volví con un palo, ellos seguían ahí intactos, sin ningún rasguño. Los descolgué, pero la serpiente se volvió contra mí y me mordió. Créanme. Esta historia es muy cierta. Los espejos tienen vida y me atacaron. La gente me miraba.  Todo ensangrentado corría por las calles, advirtiéndoles que no compraran espejos. Lloraba. 

Elizabeth Sanabria - El megáfono al sol



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