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A pesar de haber nacido en Azul, provincia de Buenos Aires, difícilmente me animaría a recomendarles visitar un paraje que se encuentra en las cercanías. Y no lo digo porque carece de belleza, todo lo contrario. Las historias que se cuentan, provocan la duda para elegirlo.
Desde niños, solíamos caminar sobre un sendero que quedó al ser levantadas las vías del ferrocarril. Disfrutábamos de los baños a que nos sometían los implacables rayos de sol, del rumor del silencio que solía interrumpirse con el silbido del vuelo corto de alguna perdiz colorada o alguna martineta con sus plumas batarazas. Tratábamos de caminar con cierto sigilo, de pisar con cuidado para no espantarlas y poder apreciarlas en reposo entre los pajonales amarillos y quebradizos por la frecuente sequía. A veces lo que nos sorprendía era un suave chillido de varias voces y allí solíamos encontrar un diminuto nido que no era de ave sino de ratones de campo, poblado con pequeñas crías rosadas, casi sin pelo, reclamando alimento y protección. En absoluto silencio alguna liebre, con las orejas tiesas, cruzaba nuestro camino a una prudente distancia, difícil de verlas durante el día. Hasta que nos íbamos acercando al arroyo Azul, que debe su nombre a unas florecitas azules que nacen desde el fondo. A las orillas la vegetación recupera su verde gracias a la humedad de la cercanía. El trazado del sendero continúa hasta el límite del partido, formado por la otra cuenca, el Arroyo de los Huesos. La estación que llevaba su mismo nombre fue abandonada cuando se levantaron las vías; las chapas del techo volaron con los fuertes vientos de tantos años, sus paredes se fueron desgranando poco a poco hasta transformarse en verdaderas ruinas y darle marco a las leyendas que se relatan de ese paraje y que van pasando de generación en generación.
Cuentan que se reunían en las cercanías los miembros de un grupo satánico. Las buenas y malas lenguas relatan conjuros, rituales de brujería y magia negra que solían efectuarse muchos años atrás. Uno de los relatos del que se hablaba en casa, sucedió en las orillas del arroyo de Los Huesos. Hasta allí llegaron algunos de los miembros simulando ser pescadores, con el objetivo de secuestrar a tres turistas. De la madre y del padre de la familia víctima no se tuvieron noticias, pero se cuenta que a la hija la terminaron degollando en medio de un círculo de velas, rociando su cuerpo con nafta para que se prendiera fuego mientras cantaban canciones a coro en lenguas extrañas.
Desde ese momento, se supone que el espíritu de la niña anda por la zona buscando venganza contra toda persona extraña. “María la degollada”, puede aparecer entre las 11 de la noche y las 2 de la madrugada. Su presencia se sentirá cuando se escuche el maullido de un gato o el aullido de un perro cercano, que son sensibles a presencias paranormales. Otros cuentan que a María, con su cabeza colgando, se la puede ver con un cuchillo amenazante, en las fotos que se toman en noches de luna llena.
He navegado en mi kayak gran parte del Arroyo de los Huesos y es increíble el silencio que se experimenta, las leyendas y muchos árboles secos volcados sobre el arroyo, le dan un aspecto tenebroso, aún de día. ¡Ni en sueños vendría de madrugada! A pesar que no creo en los espíritus malignos o en esas leyendas ¡qué quieren que les diga!… por las dudas… ¡No se les ocurra venir!
Charly Zerzer - Taller del Mate
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