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mayo 03, 2021

Historias de bar

 


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    Entro al bar con la intención de despejarme un poco. Estuve toda la mañana dándole vueltas a esa historia que mi editor me está pidiendo y que no consigo escribir. No se me ocurre nada.

    No hay mucha gente, una mujer que está guardando sus cosas dentro de su cartera, a punto de retirarse; un joven con su teléfono y auriculares, abstraído de todo y una pareja, sentados uno frente a otro, en un incómodo silencio. Detrás del mostrador, el encargado del local acomoda la vajilla limpia que trae de la cocina.

    Elijo la mesa junto a la ventana y de espaldas a la puerta. Me acuerdo de las palabras de mi hija que siempre me dice que tengo que sentarme de frente a la puerta, así puedo estar atento a quien entra y quién sale, por si pasa algo. Me quedo donde estoy, la vista que me ofrece la ventana es mucho más atractiva que la que me brinda la entrada. En definitiva, se está por largar a llover y no creo que venga nadie más.

    Escucho que la mujer de la pareja está hablando, pero no oigo lo que dice. La otra mujer ya se fue, la veo subiendo a un taxi. El joven escribe en su teléfono y sonríe divertido. Se acerca la mesera y le pido un cortado y una porción de pastafrola. La tarde está cada vez más gris y la brisa arremolina las hojas secas de otoño. Pasan tres jovencitas tarareando una canción que no reconozco y una de ellas ensaya unos pasos de baile. Me doy cuenta de que ha comenzado a llover cuando las veo que apuran el paso.

    Ahora es el hombre de la pareja el que habla, no eleva el tono de voz, pero percibo que está molesto. La mujer lo interrumpe y le contesta algo que no entiendo porque justo llega la mesera con mi pedido. Me trae la pastafrola y una porción de torta de ricota, porque no me acuerdo cuál me pidió, me dice. No sé si me está diciendo la verdad o está utilizando una estrategia de venta. Le funciona, porque le pido que me deje las dos.

    Llueve con más intensidad. Una madre y sus tres hijos cruzan la calle. El paraguas es chico, los cuatro van mojados. Apuran el paso y los pierdo al doblar la esquina. Escucho discutir a la pareja, hablan los dos juntos, superponiéndose. Él se calla cuando ella le dice que sabe lo de la maestra del nene y en ese momento, al encargado del bar se le cae la bandeja con las tazas limpias. El ruido de la vajilla al estrellarse contra el suelo hace que el joven del teléfono y los auriculares salga de su mundo y la pareja deja de hablar. El encargado hace un gesto haciéndonos saber que está todo bien. La mesera le dice algo en voz baja y ambos se ríen. La puerta se abre y entran dos señoras que no llego a ver, pero las imagino empapadas. A juzgar por sus carcajadas, no creo que les importe mucho. La pareja no vuelve a hablar, llaman a la mesera pidiendo la cuenta, pagan y se van, en el mismo silencio incómodo en el que se encontraban cuando llegué. Ya no voy a saber por qué discutían, pero puedo imaginarlo.

    Todavía me queda la porción de torta de ricota. Pido otro café, saco mi libreta y escribo: “Entro al bar con la intención de despejarme un poco…”


Romina Gil - Taller de la Luna

3 comentarios:

  1. Suave y delicioso el cuento, y la porción de ricota…je

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  2. HERMOSA DESCRIPCION DE UN BAR Y SUS PERSONAJES. VE COMO UNO VE PASAR LA VIDA SIN MOVERSE DE SU LUGAR, EN ESTE CASO LA MESA.

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  3. Me gustó mucho el texto, me invitó a leer hasta el final y me dió ganas de tomar un café!!!

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