Parece que la imaginación de nuestros lectores está al rojo vivo, ¡la consigna explotó!
Los invitamos a que lean cómo se inspiraron con una simple escalera, una sábana y una lámpara.
Oscar
La sábana, la escalera y la lámpara.
Una vez pasó una larga temporada tratando de armar un marco de madera que pudiera colocarse sobre el coche de su padre. Cuando regresaba del colegio, invariablemente, se abocaba a esa insólita tarea en el garaje de su casa.
Usaba una banqueta del abuelo para pararse sobre ella y alcanzar la altura que le permitiera llegar con sus manos al techo del auto. Tomaba medidas con cuartas de su mano derecha, a la que le anexaba horizontalmente sus dedos agrupados de a dos, de tres, o de a cuatro, según fuera necesario, cuando el tramo a medir no era múltiplo exacto de la distancia entre el extremo del dedo pulgar y el del meñique con la mano extendida.
Así calculaba el perímetro del techo del auto, también su superficie y, entre otras, la distancia del techo al suelo.
Anotaba las medidas con una tiza azul en la pared blanca del costado del garaje. También hacía dibujos a modo de croquis, le agregaba referencias numeradas y marcaba con equis algunos puntos de los croquis, los que resaltaba con círculos de tiza más oscura.
Aquella vez, había llenado la pared de dibujos y anotaciones. Había escrito hasta en los zócalos. Había hecho cuentas en el piso: sumas, restas, multiplicaciones, divisiones. También resolvió cálculos muy complejos para un chico de su edad.
El tío Francisco, un ingeniero civil, hermano de la madre, decía que el chico era capaz de resolver ecuaciones sofisticadas para alguien de su edad, pero a la vez sostenía que el niño inventaba formas matemáticas que no eran coherentes, y que no existían.
El chico casi no conversaba con nadie. Cuando le preguntaban qué estaba haciendo, contestaba con una cantidad de explicaciones que nadie entendía, que eran aburridas y difíciles de seguir.
Todos dudaban si era un pequeño genio que se planteaba profundos problemas a resolver o si se trataba de un chico fabulador que imaginaba cosas raras.
Luego de varias semanas de pasarse las tardes midiendo y haciendo cálculos en el garaje, el tío Francisco le preguntó: –¿Qué estás haciendo?
–El combustible está muy caro. Además, en el futuro va a escasear y, por otro lado, el planeta ya no soporta más tanta emisión de gases de efecto invernadero –arrancó diciendo el chico.
El tío Francisco lo escuchó atentamente y, queriendo saber un poco más, preguntó –¿Y entonces? ¿Qué se te ocurre?
–El auto de mi papá pesa aproximadamente ochocientos setenta y cinco kilos, tiene una altura de ciento sesenta y ocho centímetros, un ancho de ciento cincuenta y siete centímetros. Eso hace que su resistencia aerodinámica ejerza una fuerza que podríamos vencer con una sábana desplegada sobre un marco de madera puesto de forma vertical sobe el techo del auto –contestó y siguió –Ahora estoy calculando la medida de la sábana. Seguramente voy a tener que anexar la de mi cama a la de la cama de mamá para compensar la fuerza de la resistencia del aire y generar un poco de empuje remanente para que el auto avance.
El tío no podía creer lo que escuchaba. Era un disparate, pero, al mismo tiempo, un planteo interesante a partir de una preocupación infrecuente en un niño de esa edad.
El chico mencionó cifras, conclusiones e inferencias cuya coherencia el tío no estaba, de ningún modo, en condiciones de verificar.
Continuó diciendo el chico –Estoy trabajando en el cálculo de resistencia de la tela, porque si embolsa mucho viento podría desflecarse. También debo pensar que la tela en sí misma ofrece resistencia en el sentido de avance del auto, por lo tanto, debo considerar muy bien cuál es el grosor óptimo. Esto se relaciona, obviamente, con la presión de los neumáticos, los que deberían estar bien inflados y, si fuera posible, cambiarlos por otros más finos para disminuir su superficie de contacto con el piso, bajar el rozamiento y así, no restarle velocidad al auto.
El tío escuchaba asombrado y el niño agregó: –Otro problema que debo resolver es el del estacionamiento. Por ahora el auto estacionará funcionando a nafta, pues en las maniobras de avance y retroceso, a fin de ubicarlo en espacios reducidos, se complican haciéndolas solo con la fuerza motriz del viento.
El tío y la madre, que a ese momento se había sumado a escuchar las explicaciones, quedaron boquiabiertos.
Intentando salir de la conversación, sin que resulte chocante para el chico, la madre preguntó –¿Y por qué no usas la escalera en vez de la banqueta del abuelo?
–La escalera la tengo reservaba para otra cosa –dijo el chico.
–¿Para qué? –preguntó el tío.
Y el chico contestó –Siempre quise tener una escalera larga, larguísima.
El tío lo interrumpió –¿Una que te permita subir bien alto?
–No. Bajar –contestó el chico.
Al tío le cambió la cara con la respuesta.
–Explicame –dijo el tío.
–Si hiciéramos un pozo lo suficientemente profundo, para bajar necesitamos una escalera. Bien, cuanta más profundidad logremos, más larga debería ser la escalera para descender. Yo estoy pensando que, si, por ejemplo, hacemos un pozo en el Polo Norte y comenzamos a descender dentro de él hacía el centro de la Tierra, la escalera debería ser larguísima. Su longitud debiera ser un poco menos que la distancia de la vuelta al mundo por la línea del ecuador dividida Pí (3,14), teniendo en cuenta que la Tierra está aplanada en los Polos.
–Qué interesante –dijo el tío. La madre solo escuchaba.
–También estoy pensando de qué materiales debería ser la escalera, porque el en centro de la Tierra la temperatura es muy elevada y se podría derretir –dijo el chico, luego hizo un silencio y el tío acotó…
–Sí claro, ese es un gran problema.
–No, allí el mayor problema es vencer la fuerza de gravedad que en el centro de la Tierra es máxima. Necesito vencer la fuerza de gravedad para seguir avanzando.
–¿Para seguir bajando? –Preguntó el tío.
–No, a partir de allí empiezo a subir.
–¿Te volvés? –quiso saber el tío.
–No, sigo. Pero cuando pasas el centro de la Tierra, comenzás a subir aunque avances en la misma dirección en la que venías bajando. Pensá que si continuás avanzando, finalmente, salís a la superficie por el Polo Sur, pero subiendo –dijo el chico.
El tío y la madre quedaron mudos.
–El inconveniente que no puedo resolver es cuándo debo girar la posición del cuerpo, porque si no giro saldré a la superficie subiendo, pero en la posición corporal en la que venía bajando, es decir como gateando hacia atrás. No sé…
La cara del chico se transformó. Estaba frustrado con la explicación de ese problema. Cuando la madre notó su angustia, intentó distender la situación y dijo.
–El genio te va a ayudar, tenés que frotar la lámpara y él te va a ayudar.
El chico contestó –La lámpara es para otra cosa.
–¿Para qué? –dijo la madre.
–Para cuando me muera. Cuando yo me muera, le pondrán mi calavera a la lámpara a modo de pantalla. La luz blanca saldrá por mis ojos y la placa de la base del foco dirá: “El chico se fue, pero aún nos ilumina”.
Gladys
La lámpara de venecitas
Encendida
La sabana de colores
Colorida
La escalera de madera
Apoyada
De pronto
Una chispa.
Un corto circuito.
La lámpara
Irradio fuego
La sábana
Atrapó el fuego
La escalera
Se hizo fuego
Las llamas naranjas
Ocuparon todo
Fotos. Papeles. Muebles
Recuerdos.
Solo cenizas
Laura M
La lámpara soñadora voló muy alto y se encendió
La sábana al verla, convirtió su sonrisa en un tobogán de colores
La vieja escalera feliz se deslizaba hacia el infinito añorando su niñez
Adriana
La lámpara mágica no contenía un genio sino una bruja, estaba olvidada en la casa abandonada a la vuelta de la esquina, esperando que algún ser ingenuo la frotara. Y ese día fueron esas nenas las que jugando se metieron a la casa y encontraron la lámpara debajo de la escalera. Dudaron un poco, pero la más audaz se animó y la froto con fuerza, al instante salió de la lámpara una nube de humo de colores que se fue haciendo rojo, violeta, gris, negro, y la bruja se fue formando frente a los ojos desorbitados de las nenas, que gritando corrieron a esconderse debajo de las sábanas viejas que cubrían los muebles mientras la bruja las llamaba y reía a carcajadas. Temblando de miedo las dos pensaban como escapar hasta que se les ocurrió usar la sábana para disfrazarse de fantasma y así corrieron hacia la bruja moviendo los brazos y haciendo sonidos fantasmagóricos. La bruja pego un grito y se puso a llorar de susto, mientras decía: ¡no lo hago más, me portaré como una bruja buena para siempre!!! Sorprendidas las nenas se sacaron la sábana y cuando lograron que se calmara le dijeron que podían ser sus amigas si ella prometía no volver a asustarlas y así fue que la bruja se quedó en la casa abandonada, feliz de no volver a la lámpara, y las nenas iban de tarde en tarde a jugar con ella y visitarla, y a veces, pero solo a veces asustaba a alguien que pasaba por la vereda, pero de chiste nada más.
Karina
💡Si acerco una lámpara de luz cálida a la cabeza de una persona, puedo ver hasta sus más inconscientes recuerdos.
🪜Existen unas escaleras de cristal que si las encontrás, podés subir hasta el lugar del mundo al que quieras viajar. Pero ojo que sólo hay tres en toda la Tierra y están bien escondidas. Una vez que alguien la usa, cambia aleatoriamente su escondite.
👻La sábana más vieja de tu casa, esa que nadie quiere agarrar porque tiene los agujeros más grandes, es la más mágica de todas porque al envolverte con ella se convierte en el disfraz más espectacular y real del universo. Podés transformarte en lo que quieras. Aclaración: su uso está aconsejado para todas las edades, aunque se debe tener en cuenta que a los adultos puede costarles un tiempo más lograr la transformación completa.
Sabrina
Subí tres pisos por escalera hasta la terraza. Habia empezado a soplar un viento tormentoso. Ya estaba oscureciendo asi que se encendieron las lámparas. En mis brazos llevaba el mismo canasto de plástico que había llevado esa misma mañana, pero esta vez vacío. El viento era cada vez más fuerte. Mis dos manos no me daban a basto para agarrar toda la ropa de la soga que estaba como en un remolino. Cuando creí que ya había juntado todo, veo que sale volando mi sábana favorita. La veo alejarse de mí y perderse en el horizonte, libre.
Charly
La propuesta
La propuesta me da pie para contarles aunque les resulte inverosímil, lo que nos sucedió una noche cuando con mi hermana jugábamos en nuestro cuarto. A pesar del miedo a la oscuridad, el sentirnos tan unidas, nos hacía pensar que nada podía pasar. Con la escalera pequeña abierta, esa que usaba mamá para alcanzar los frascos vacíos del último estante, hicimos el armazón de la carpa que cubríamos con una sábana en desuso, guardada en el placard para las emergencias y para iluminar el interior la lámpara de nuestro escritorio, a Margarita se le ocurrió también encender un sahumerio, de esos raros que trajo la tía de la India. Apagamos la luz del cuarto, entramos a la carpa, nos tomamos de las manos, cerramos los ojos y ambas nos sentíamos como flotando, un aroma como del bosque nos rodeó, al tiempo que la lámpara se apagó, sin pronunciar palabras nos dejamos llevar por el encanto del momento, no teníamos miedo, sentíamos paz. No se cuanto tiempo pasó hasta que mamá con su “¿Se puede saber, qué están haciendo a oscuras?” , nos sacó del éxtasis trayéndonos a la realidad.
Martín
Abro mis ojos, veo los peldaños que voy sujetando mientras subo, uno tras otro, levanto cada pie al mismo ritmo de mis manos. La presiento infinitamente alta, o alta hasta el infinito.
¿Hasta dónde podrá llegar?
Gradualmente oscurece, supongo es una trampa, una que no logro entender.
Solo deseo subir, cuanto más asciendo, más oscuro se hace.
ya no logro ver los peldaños que debo sostener, imprevistamente me tropiezo con una luz de noche colgada de un peldaño. Al igual que los escaladores encuentran refugios con provisiones, deben haber dejado esta lámpara para quienes ascienden estos peldaños.
El ascenso es más torpe y lento por el cansancio, y por sostener el sol de noche con una de mis manos.
Es extraño, nunca preste atención al paisaje, pero en este lugar del ascenso ya no hay paisaje, no es posible ver nada más allá de un tramo de la escalera y mi cuerpo.
Pasan los minutos, las horas o los días, no lo sé. Solo sé que quiero seguir subiendo.
no tengo recuerdos, no sé qué hago aquí, quisiera recordar algo, solo subo.
El cansancio y el sueño le va ganando a la curiosidad y necesidad de subir.
solo quisiera que de pronto encontrar una cama o una hamaca paraguaya
y poder descansar.
Subo.
Cabeceo, el susto me hace estar nuevamente alerta.
Cabeceo, descanso un momento cerrando mis ojos.
La mano que sostiene la lámpara se me afloja, entumecida, y la deja caer.
intento verla para entender cuán alto estoy, pero no veo nada.
mi cuerpo se recuesta sobre los escalones esperando instintivamente que amanezca.
Los escalones se ablandan y ya no sujeto nada, igual mis pies, se apoyan sobre nada,
pero no me siento caer, siento suavidad, claridad, calor, tranquilidad.
y el sol sobre mi cara en cuanto la sabana se corre y me descubre.
Rita
No tengo sábanas blancas
para noches vacías.
Ni prisiones de mil hilos calurosos
Será que sueño sin ataduras.
Sera que me muevo mucho,
pero prefiero evitarlas,
como si fueran mortajas.
Dejé en mi patio una escalera
pintada de colores brillantes
y una enredadera la tomó de rehén
para regalarle cada primavera
mil flores dulces
mil flores blancas.
Espera ansiosa en un estante
una lámpara de lava verde,
a enfrentar mis eclipses
a desterrar sombras a un papel
que jugarán a ser palabras
y tal vez, solo tal vez
alguna linda historia.
Wowwww!!! Cuanta creatividad!!!! Bravooooo!!!!!
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