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junio 27, 2022

Para Sami y Ari

 

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Les escribo desde mi firmamento feroz, en las profundidades de mi ser, para contarles por qué comencé a ir a esas marchas por las que tanto preguntaban, y a las que espero me acompañen para el momento en que lean esta carta. Pero también para que puedan encontrarle una justificación colectiva a esa bronca que les sale de las entrañas cada vez que pasan una situación fea por ser mujer. Espero realmente que, para cuando me lean, hayamos podido conquistarles un mundo más justo y menos cruel. Aunque eso sea por lo que seguimos batallando y disputando a la construcción de realidad que nos quieren imponer todos los días.

¿Qué se mata también en nosotras cuando ven que aparece en la tele el caso de una nueva chica que fue asesinada? A cada una se nos estampa esa pregunta, como dice el libro que estoy leyendo, como un bordado y como un tatuaje. No sé si tenga la respuesta, pero tengo aproximaciones. Cuando fui a mi primera marcha me movieron dos convicciones: la justicia social para que todas podamos acceder en las mismas condiciones al derecho a decidir sobre nuestro cuerpo (solo nuestro y de nadie más) y el rearrebato de la visibilidad que nos fue negada históricamente. Tenía 18, y para esa época ya había recibido bocinas, chiflidos y algún que otro comentario de mierda. Había algo que me resonaba, mucho antes de que pudiera acceder a mis primeras lecturas feministas. Mucho antes de darme cuenta de que, lamentablemente, era una experiencia que pasamos todas. Lo que me movía de bronca era que en ese silbido notaba la misma llamada de quien ordena a su perro: de quien subordina a otro y lo cree inferior. 

La semana pasada, con 21 años, esa naturalizada subordinación se hizo carne mientras estaba en el auto. Pasábamos por una avenida, cuando veo que un hombre en moto va desacelerando su velocidad para ir a la par de una chica que iba caminando sola. Sentí las alarmas. Se notaba por sus propias corporalidades que el señor la estaba incomodando. La chica se tenía el pecho con miedo, con vergüenza, intentando tapar un juzgamiento que en silencio padecía. Cuando voy a bajar para gritarle al tipo, éste acelera y desaparece. Como desaparecen los cuerpos de las chicas que secuestran y matan. Pero como desaparece también todo cargo moral y humanidad cuando se tienen tan asumidos unos roles de géneros estancos. Sentí dentro mío la impotencia de quien se siente inútil por no haber reaccionado más rápido, por no haber podido hacer nada por evitarle ese momento a una chica de la edad que tienen hoy ustedes. Me agarró una angustia violenta. Me sentí imposibilitada, me sentí una mera espectadora. Me sentí con un odio muy intenso hacia estos hombres. 

Me di cuenta de que podía arriesgar una respuesta a esa pregunta que les hice unas líneas más atrás: sentimos que algo más muere en nosotras cuando matan a una, porque compartimos el cuerpo. Somos una caja de resonancia de ese dolor porque tenemos en común un cuerpo cruzado por distintas violencias desde que nacemos. Y porque convivimos con el miedo de que la próxima sea una de nosotras. Lo que se mata es el cuerpo de todas. Es el cuerpo múltiple, el habitado por todas. El que quieren desalojar y demoler.

Intentarán hacerles creer que la culpa es suya, que solo son casos aislados. Que es un problema individual. Pero no. Ustedes saben que no es así. Van a sentir esa impotencia incrustada en el pecho cuando alguien quiera venir a explicarles qué es ser mujer y por qué les suceden las cosas. Y, sobre todo, van a sentir la convicción de que no hay nada individual en este movimiento: es colectivo. Es cultural y político. Y esta insubordinación que fuimos tejiendo gracias a los hilos que otras nos dejaron, es la que espero continúen ustedes. Porque la palabra mujer es una historia de lucha, sí. Pero porque la palabra mujer primero la constituyeron como una historia de explotación y de disciplinamiento. Espero que no tengan que sufrir ninguna otra situación como las que pasaron, espero poder actuar antes y que unidas lo enfrentemos. Espero que alcen la voz, en el momento que puedan, pero con la convicción de que existe alguien que va a escucharlas y acompañarlas. Espero que sigan así de irreverentes y decididas. Espero no tener que llorarlas nunca porque se cruzaron con un animal que las hizo su presa. Pero, sobre todo, espero que sean quienes quieren ser, y nunca nadie se entrometa en sus cuerpos. En sus territorios. 

Cuentan con el cuerpo de las otras para defenderlo.

Las quiere con todo su corazón…

Su prima mayor 


Denisse Cutuli - Taller del Mate


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