A la algarabía nacional de haber ganado el mundial de fútbol, le sumamos nuestro propio festejo porque... ¡ya tenemos el primer texto ganador!
Nuestro Regionalito de Escritura fue todo un éxito, una experiencia intensa pero muy divertida. No es fácil escribir un texto por día, todos los días durante una semana. La vida misma se interpone: el trabajo, los finales, la casa, los chicos... a veces nos resulta difícil hacernos un rato para sentarnos a escribir, imagínense hacerlo durante siete días corridos. Por suerte, ahí estábamos haciéndonos el aguante en nuestro querido grupo de whatsapp; si alguien sentía que no daba más y estaba a punto de revolear la toalla, el grupo entero se unía para darle aliento. Nunca faltó el humor, fundamental para hacerlo más llevadero (aplica a todo los órdenes de la vida). Tampoco faltó el cariño que nos tenemos (¡qué lindo grupo somos!) Y todo ese esfuerzo tuvo su recompensa.
En una votación cerrada y reñida que tuvimos que definir en un ballotage por empate, se definió el premio al Texto elegido por los propios compañeros, que hoy compartimos con todos ustedes:
LA CONFESIÓN
No podías ocultarlo más. Tu cuerpo todo manchado te delataba, no faltaría mucho para que Sabrina se diera cuenta. Sabías que ella lo notaría, aunque hubieras intentado borrar cada huella, cada prueba, ella lo sabría. Siempre sabía.
Eran las cuatro de la tarde, faltaban dos horas para que llegara y todo saliera a la luz. Te movías inquieto de un lado a otro, recorriendo toda la casa, poseído por el temor. Hubieras querido quedarte quieto en un solo lugar, para no desparramar pistas, pero no podías, los nervios se habían apoderado de vos. Te acostaste un rato para intentar calmarte, pero no funcionó. Los minutos pasaban y se acercaba el momento, tendrías que confesarlo. Debías irte de la casa, tener alguna coartada. Te levantaste decidido y te dirigiste al patio, pero allí viste la escena. Por un momento te quedaste observando, resignado, arrepentido. Respiraste profundamente para luego salir corriendo, escapando de aquel lugar, dejando el portón abierto y algunas maderas rotas en el suelo, preso de la desesperación.
Corriste con todas tus fuerzas, a toda velocidad, sin rumbo, queriendo dejar aquello atrás, mientras recordabas lo sucedido. Miles de imágenes se venían a la cabeza; sin tan solo pudieras volver el tiempo atrás. Luego de unos minutos de una intensa carrera llegaste a la plaza, esa que compartís con ella los domingos por la tarde, donde caminan los dos descalzos sintiendo la frescura del pasto acolchonado, para luego tumbarse y relajarse mientras ella lee algún libro y vos la escuchás atento mientras observás los pájaros en las copas de los árboles.
Ahora, castigada por el sol, estaba completamente vacía, sin niños, sin familias, sin amigos que fueran a relajarse y disfrutar del verde y el espacio libre que ofrecía aquella manzana en medio de tantas edificaciones. Te sentaste mirando en dirección a las hamacas, imaginando que ese fuera cualquier otro día, donde hubiera niños alegres y padres que los impulsaran para hacerlos volar cada vez más alto. Recordaste a los grupitos de adolescentes que al llegar estiran una manta y se sientan en el pasto, comiendo galletitas, tomando mate y riendo a carcajadas. También a los niños que se van reuniendo para jugar a la pelota, haciendo arcos improvisados con mochilas. Los que prefieren andar en bicicleta, dando vueltas y vueltas alrededor del mástil central que iza una gran bandera, como si sus energías no fueran a agotarse jamás.
—¡Hey, amigo, hola!
Miraste hacia un lado atraído por aquella voz.
—Hola— respondiste.
—¿Estás bien?
Esas palabras parecían retumbar en la cabeza. Claro que no estabas bien. Comenzaste a recordar. No podías mantener semejante secreto. Creíste que aquel desconocido podía ser una buena opción para confesarte. De todas maneras, no lo volverías a ver, pero vos necesitabas gritarlo, quitarte ese peso de encima.
—La maté.
—¿Cómo decís?
—La maté y la enterré.
—Tranquilo.
—Ella está por llegar y verá lo que hice. Todo empezó como un juego. Pero se me fue de las manos y cuando quise darme cuenta ya estaba muerta. No tuve más opción que enterrarla.
—¿Dónde está?
—En el patio de la casa.
—Entiendo. Suele pasar. Pero ella entenderá.
—¿De verdad?
—Claro que sí. Andá a tu casa. Seguro te está esperando. Debe estar preocupada.
—Gracias, amigo.
Saliste corriendo hacia la casa. Aquel desconocido tenía razón. Ella solía enojarse, pero siempre te terminaba perdonando. Quizás esta vez haría lo mismo.
Cuando llegaste ella estaba mirando la montaña de tierra que cubría el cadáver y las huellas que resaltaban por todo el piso blanco de la casa. Te quedaste a un lado, en silencio, esperando su reacción.
—¡¿Qué hiciste?!
Comenzó a sacar la tierra con las manos, desesperada, hasta que la encontró, muerta. Te miró con una expresión de tristeza y resignación.
—¡Mi suculenta preferida! —gritó Sabrina entre llantos.
Te acercaste despacito, casi arrastrándote, con la cola entre las patas, las orejas caídas y esa mirada a la que ella nunca puede resistirse. Te acarició el pelaje, ahora lleno de tierra, como siempre lo hacía.
—Tranquilo, amigo. Compraremos otra.
Karen Andrés - Taller del Mate
En pocas horas sabremos cuál es el texto elegido por el jurado, ¡qué nervios! Y, por supuesto, también lo vamos a compartir.
¡Nos leemos pronto!