Páginas

febrero 10, 2023

Florecer

 Son las cuatro y media de la madrugada, el calor no me deja dormir, la ansiedad y los dolores tampoco, me acomodo con mi notebook en el jardín para trabajar al aire libre y sentirme un poco menos sofocada.

El trabajo tiene que estar terminado antes de las ocho y no puedo pensar, igual tengo que hacerlo, ya me comprometí con el resto del equipo que mi parte estaría completa para esa hora.

Desde hace unos días en mi cabeza solo retumba las palabras del médico y al instante, las borro de mi mente, leí por ahí que las palabras tienen poder, y yo lo creo así, que si hablo de la enfermedad que eventualmente me toca transitar por estos días como si fuera mía o si digo que estoy luchando contra ella, me enfermo más y la padezco peor.

No voy a adueñarme de lo que me toca vivir en este momento de mi vida, pensaré que está de paso, que viene a enseñarme alguna lección, que voy a sanar, sólo eso.

Nunca soporté el papel de víctima en nadie, mucho menos en mí. Si me tengo que poner un título, no sería precisamente ese, prefiero ser una bruja o maga o escritora, aunque este último lo sienta un poco grande, pero como dije antes las palabras tienen poder y a lo mejor, algún día, si me lo digo reiteradamente y sigo estudiando y preparándome, termine creyendo que me ajusto a su medida. No concibo que el resto de mi vida esté vacía de poesía.

Para hacer esta etapa más llevadera, elijo cambiar esas palabras del diagnóstico por algo que destile más belleza de las manchas de mi piel, prefiero pensar en una transformación, que ese marrón que comenzó tenue y se oscurece tan rápido como las tardes de invierno, no es “eso” que no quiero nombrar, es tierra, no estoy enfermando, me mimetizo con la naturaleza, que cada pequeña protuberancia que aparece, no es un lunar de feo aspecto, es un brote y cada cana anticipada en mi cabellera es el follaje que forma parte del cuadro. Elijo pensar que puedo transformar cada dolor que riegan mis lágrimas en una sonrisa para el recuerdo de los que me aman, que mi sangre es la savia de mis ancestros que me nutre y cura.

Mis brazos son las ramas antojadizas en seguir el vaivén del viento que produce mi emoción al sentarme frente al teclado y dejar caer como hojas sueltas mis emociones, mis pensamientos, mis dolores y mi rebeldía contra todo lo que ataca mi naturaleza, esa que permití en algún momento de mi vida que los demás maltrataran, y que también yo misma maltraté.

Mis piernas cada vez más  quietas, me están obligando a no poder trasladarme pero eso me da la oportunidad de usar esa energía en mantenerme erguida, de sentir mis plantas de los pies conectarse con este suelo que me da el soporte para seguir creciendo hacia mi profundidad, penetrando la tierra con mis dedos como raíces  pidiendo paso entre las piedras, los gusanos y la vida, creo que los árboles también sienten este mismo dolor que tengo al extenderme hacia el mismísimo centro del planeta, quizás este sea el motivo, para que tanto los árboles como yo, nos mantengamos en pie.

Tengo que terminar mi trabajo, ya casi es la hora, está amaneciendo y se escuchan los primeros pajaritos, también las chicharras anunciando otro día de calor, intento concentrarme, tomo un vaso de agua y comienzo a escribir.

Ya casi terminando el trabajo, una mariposa aparece y me rodea con su vuelo en espiral.

 La época de florecer está cerca.


Laura Martínez - Taller del Mate



1 comentario: