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noviembre 25, 2023

Bloqueo del escritor

 Mis amigos creen que porque escribo las ideas se me caen a mares. Más de una vez, en alguna sobremesa, me han pedido que les cuente alguna historia y casi nunca sé qué decir. No me creen cuando les digo que los cuentos llevan mucho tiempo, que no es fácil encontrar las palabras justas o crear la atmósfera propicia. Por ejemplo, ahora mismo estoy dando vueltas con una historia que quiero escribir y a pesar de tener la idea en la cabeza, no puedo darle forma. A veces se me ocurren cosas cuando no estoy en mi escritorio. Me pasó el otro día, que se me cruzó una idea, que consideré brillante para mi historia, cuando me estaba duchando. La repetí varias veces en voz alta para no olvidarla, como cuando estudiaba para los exámenes. Cuando salí del baño, apurado para escribirla, la Flaca me llamó desesperada desde la cocina: se le estaba viniendo encima la alacena y ya no podía sostenerla. Se me fue la idea y no la volví a recuperar. 
Mi personaje estudia en la universidad y lee en los ratos libres, por ejemplo, en el colectivo. Ahora que lo pienso, es increíble la cantidad de tiempo que lleva trasladarse en el conurbano. Por eso, mi protagonista viaja siempre con un libro, para habitar esos tiempos muertos. En estos momentos está leyendo It, de Stephen King. Tan metido está en la novela que no escucha al chofer quejarse con otro pasajero por las obras en las calles que hacen que tenga que cambiar el recorrido. Ni a una señora apurarse a tocar el timbre porque el nuevo rumbo no la deja tan cerca de su destino. De repente siente una mano sobre su hombro y se sobresalta. Un muchacho le dice que el chofer le está hablando. Le pide disculpas por no prestarle atención. El colectivero le repite, de mala gana, que si va a la universidad se tiene que bajar ahí, que a cinco cuadras es lo más cerca que lo puede dejar. Guarda el libro en la mochila y se baja. Stephen King lo perturba, cada vez que lee uno de sus libros, se sugestiona, se imagina que le sucede todo lo que pasa en la historia. Por eso, al bajar del colectivo, se sube la capucha (porque, por supuesto, se largó a llover) y apura el paso mientras mira a cada lado rogando, al santo que lo quiera escuchar, que no se cruce con el payaso. 
Y hasta ahí llego, porque no puedo avanzar más. A medida que mi personaje corre, yo me ralentizo. O me interrumpen, como en estos momentos, que la Flaca me manda un mensaje pidiéndome que la vaya a buscar porque se largó a llover y no quiere viajar en colectivo con los chicos. En 5 salgo, le contesto.  Me pongo la campera, me subo la capucha, agarro las llaves del auto y salgo. Lo veo a Jorgito, el nene de la esquina, vestido con sus botas de lluvia y su piloto amarillo, corriendo junto a un barquito de papel que navega por la zanja. Quiero gritarle que tenga cuidado, pero un globo rojo me distrae y cuando vuelvo, a Jorgito lo perdí de vista.


Romina Gil
Taller el Megáfono al Sol


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