Nací en la década del 60, con la liberación sexual y el amor libre como bandera de los jóvenes de aquella generación. Mis padres, de familias conservadoras, estaban en el medio entre ser hippies y acatar las reglas. Eran estudiantes universitarios, con mil ideales y la vida por delante. Parece que mamá no entendió muy bien que la liberación sexual, sobre todo de la mujer, iba de la mano de los anticonceptivos, porque en un campamento de fin de semana quedó embarazada, de quien supongo que es mi padre, o por lo menos se hizo cargo y ejerció el roll. El asunto es que yo llegué a este mundo haciendo quilombo desde el minuto mismo en que vi la luz.
Durante toda
mi infancia fui un bicho raro, siempre sentí que el cuerpo que habitaba no me
pertenecía, y no se porqué pero tenía la certeza de que algo sobrenatural había
pasado en el momento de mi encarnación, por lo que elaboraba teorías
descabelladas, leyendo y buscando información de toda clase que me ayudara a
entender aquel sentimiento que me perturbaba, y a la vez me daba mucho pudor y
verguenza expresar. Aunque en la escuela se daban cuenta de que algo en mi no
estaba bien.
Todo se
complicó más en la adolescencia, cuando los pibes empezaron a insistir en que
yo tenía que debutar, porque si no era “rarito”. Las bromas eran cada vez mas
pesadas, sentían una curiosidad morbosa por verme desnudo. A mi no me crecía
pelo en el pecho, tampoco tenía ni una sombra de barba, poco bello en las
axilas y casi nada en las piernas. Ese cuerpo raro que no lograba entender era independiente
y hacía lo que quería, menos formarse como un cuerpo de varón, o de macho, como
decían los pibes. Ellos competían en el baño midiéndose el pito, a ver a quien
se le paraba más, mientras yo no entraba ni a hacer pis porque tenía miedo de
que me obligaran a mostrar el mío, que para mí era de alguien extraño, de otra
persona. Yo usaba el pelo largo, y me
gustaba más estar con las chicas, charlando, pintándoles las uñas y mirando
revistas de artistas super sexis, jugando al voley, o mediando en alguna
discusión entre ellas que nunca faltaba. Una vez una me preguntó si quería
pintarme los ojos, a mi me tembló la voz pero casi en un susurro dije que sí.
Las chicas, que seguramente habían hablado antes entre ellas, trajeron
maquillaje, ropa de mujer, sandalias, y empezaron a jugar conmigo como si
jugaran a las muñecas. Yo veía cómo ellas manejaban a su antojo ese cuerpo que
nunca sentí mio, sacándole una ropa para ponerle otra, agarrándole los pies
para ponerles tacos altos, mientras otras pintaban los labios y las pestañas,
las uñas, atando el pelo en una graciosa cola de caballo. Cuando terminaron
trajeron un espejo para que viera el cuerpo entero…No sé cómo contar lo que me
pasó en ese momento, fue la primera vez que reconocí algo de mí en esa imagen.
Me acerqué mucho al espejo para mirarme a los ojos, cuando llevé mis manos a la
cara y vi mis uñas pintadas, una emoción intensa me recorrió de la cabeza a los
pies, empecé a acariciar mis brazos, mi pecho, mi cadera, mis piernas. Con
suavidad pasaba mis dedos por mi pelo, las manos me temblaban.
ㅡ¡SOY YO! ㅡgrité con la voz
quebrada
ㅡ¡Sos vos! ㅡrepitieron a coro
mis amigas, casi tan conmovidas como yo.
Estuve en
ese trance un rato, no se cuánto, hasta que una de las chicas preguntó:
ㅡ¿Ahora cómo te llamás?
La pregunta
me quedó dando vueltas en la cabeza. Tenía más decisiones que tomar: volver a
cambiarme con la ropa que usé hasta ese día me dio nauseas, pero no me animé a
llegar a casa vestida de mujer. Estaba muy confundida ¡pero feliz!, empecé a
entender quien habitaba ese cuerpo que me era extraño, a buscar el camino para
dejarla salir, para que todos la vieran, para aprender a tratarla con respeto y
amor.
Todos los
días vuelvo a empezar, me levanto sintiéndome extraña, en el cuerpo equivocado.
Me paro desnuda frente al espejo y me digo en voz alta firme y clara:
ㅡ¡Hola! ¡Soy Marina, y éste es el cuerpo donde habito!
Adriana Sicilia - Taller del Mate
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