-¿Y esa cajita no la tirás?
-No, no la tiro.
-¿Qué guardás en la cajita?
-Un papel.
-¿Me mostrás lo que hay en el papel?
-Es una mancha, pero no cualquier mancha. ¿Querés que te
cuente?
Cada última luna menguante del
año realizaba el mismo ritual de destierro y limpieza energética. Hacer espacio
fue siempre la premisa. Dejar ir eso que ya no le sirve.
Comenzaba ordenando la casa en profundidad, revisaba los
placards, la biblioteca, la cocina y especialmente el baño. Era una limpieza
exhaustiva, minuciosa y larga. Se revisaba cada cajón, cada espacio de
guardado. Todo lo que no había usado durante el año, lo que ya no la representaba,
lo que no necesitaba, se tiraba. Era momento de sacarlo de circulación.
Parecía mucho trabajo, pero como era una rutina no habían
tantas cosas que se juntaran en un año. Usualmente comenzaba desde atrás hacia
delante: cocina, habitación, baño, living, escritorio. A medida que pasaba por
las habitaciones, sacaba bolsas que dejaba en la entrada.
Barría los pisos, comenzando por la cocina, hasta la puerta
de entrada y limpiando de adentro hacia afuera.
Esa vez, cuando ya había llegado a la puerta de entrada, y estaba por sacar
todo lo barrido arrojando las bolsas
fuera de la casa (esto solía hacerlo
enseguida), se dio cuenta de que no había revisado los cajones del escritorio.
Entonces, se sentó tranquila y sacó de a uno cada papel y los fue seleccionando. En el fondo de
uno de los cajones chiquitos, tanteó “la cajita”, esa que había sido tema de
conversación de muchas limpiezas anteriores.
La contempló por un rato. Era de color verde, texturada como
pergamino, con un logo dorado en la tapa que decía “LONDON TIES”. La abrió lentamente como si se pudiera romper.
Adentro había un papel que alguna vez fue rosa, doblado en cuatro. Cuando lo
desplegó, se dejó ver una mancha azul celeste. ¿Por qué guardaba un papel con
una mancha? Porque no es solo una mancha, es una historia.
Se lo acercó a la nariz y sintió el aroma de su
adolescencia: bergamota, clavel de rosa y vainilla. Y cerró los ojos dejándose
llevar por el recuerdo.
Él sonreía con esa risa tan blanca que contrastaba con lo
moreno de su piel. Bien peinado, alto y tan formal con el uniforme del
colegio. Ella colorada con toda la
fuerza de su alma, sin atreverse a
levantar la mirada por miedo a lo que esperaba con tanta ansia. No retiraba la
vista del papel que él le había entregado y donde se podía leer con letra
cursiva inglesa un Te amo ♥
Los dos clavados a escasos diez centímetros
Después
Su mamá se enteró -en todos los barrios hay una vecina
chusma- y se lo informó a
Abrió los ojos inundados.
Tantas lágrimas fueron borrando el mensaje del papel, la
tinta estilográfica no resiste el agua. Quedó el papel, la mancha y su historia
que nunca había contado.
-Y esa es entonces, la historia de esta mancha.
Alejandra Rozas - Taller de la Luna
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