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enero 06, 2023

Papel, mancha y amor

 -¿Y esa cajita no la tirás?

-No, no la tiro.

-¿Qué guardás en la cajita?

-Un papel.

-¿Me mostrás lo que hay en el papel?

-Es una mancha, pero no cualquier mancha. ¿Querés que te cuente?

 

Cada última luna menguante del año realizaba el mismo ritual de destierro y limpieza energética. Hacer espacio fue siempre la premisa. Dejar ir eso que ya no le sirve.

Comenzaba ordenando la casa en profundidad, revisaba los placards, la biblioteca, la cocina y especialmente el baño. Era una limpieza exhaustiva, minuciosa y larga. Se revisaba cada cajón, cada espacio de guardado. Todo lo que no había usado durante el año, lo que ya no la representaba, lo que no necesitaba, se tiraba. Era momento de sacarlo de circulación.

Parecía mucho trabajo, pero como era una rutina no habían tantas cosas que se juntaran en un año. Usualmente comenzaba desde atrás hacia delante: cocina, habitación, baño, living, escritorio. A medida que pasaba por las habitaciones, sacaba bolsas que dejaba en la entrada.

Barría los pisos, comenzando por la cocina, hasta la puerta de entrada y limpiando de adentro hacia afuera.

Esa vez, cuando ya había llegado  a la puerta de entrada, y estaba por sacar todo lo barrido  arrojando las bolsas fuera de la casa (esto solía  hacerlo enseguida), se dio cuenta de que no había revisado los cajones del escritorio. Entonces, se sentó tranquila y sacó de a uno cada  papel y los fue seleccionando. En el fondo de uno de los cajones chiquitos, tanteó “la cajita”, esa que había sido tema de conversación de muchas limpiezas anteriores.

La contempló por un rato. Era de color verde, texturada como pergamino, con un logo dorado en la tapa que decía “LONDON TIES”. La abrió lentamente como si se pudiera romper. Adentro había un papel que alguna vez fue rosa, doblado en cuatro. Cuando lo desplegó, se dejó ver una mancha azul celeste. ¿Por qué guardaba un papel con una mancha? Porque no es solo una mancha, es una historia.

Se lo acercó a la nariz y sintió el aroma de su adolescencia: bergamota, clavel de rosa y vainilla. Y cerró los ojos dejándose llevar por el recuerdo.

Él sonreía con esa risa tan blanca que contrastaba con lo moreno de su piel. Bien peinado, alto y tan formal con el uniforme del colegio.  Ella colorada con toda la fuerza de  su alma, sin atreverse a levantar la mirada por miedo a lo que esperaba con tanta ansia. No retiraba la vista del papel que él le había entregado y donde se podía leer con letra cursiva inglesa un Te amo

Los dos clavados a escasos diez centímetros uno del otro, sin poder dar el paso necesario; y entonces el equilibrio, o la falta de él, hizo que por fin se acercaran tanto que era imposible volver atrás. Solo pudieron seguir hasta encontrarse en ese primer beso. Tan torpe y cándido; tan dulce y apasionado.El primer amor siempre es puro y ardiente.

Después, avergonzados y heróicos, riéndose de su proeza, caminaron hasta la puerta de la casa de ella.Una vez sola en su cuarto, volvió a leer el papel. Lo dobló y lo escondió como el mayor de sus tesoros.Si todo pudiera quedar en esa simpleza, sin reservas, ni negaciones, sin ver lo que no hay y enaltecer lo que se siente.

Su mamá se enteró -en todos los barrios hay una vecina chusma- y se lo informó a su papá. Los dos muy alterados, le explicaron la imposibilidad de lo que ella sentía. Una cuestión de  prioridades que a su edad tenía que cumplir. Sin olvidar las desgracias posibles que le podrían ocurrir. No sabían nada, pero suponían todo. Después vinieron  las mudanzas a la casa de la abuela, las prohibiciones, el enojo y el casi olvido. Toda una comitiva de parientes organizaría muchas actividades con ese fin: que ella por fin se olvidara de él.

Abrió los ojos inundados.

Tantas lágrimas fueron borrando el mensaje del papel, la tinta estilográfica no resiste el agua. Quedó el papel, la mancha y su historia que nunca había contado.

 

-Y esa es entonces, la historia de esta mancha.


Alejandra Rozas - Taller de la Luna


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