Graciela comenzó a ir al grupo de Narcóticos anónimos de la ciudad de Chivilcoy enseguida que se mudó allí. En enero cumpliría un año.
Eran muchos los
integrantes del grupo, por eso se dividían en subgrupos más pequeños. Tenían un
sistema de ayuda anónima que consistía en que ,una vez al mes cada uno escribía
una carta en la que comentaba los motivos que los llevaron a tomar el camino de
las drogas.
El coordinador
colocaba un número en un sobre cerrado. Cada participante agarraba un sobre y
ese sería su número por ese mes. En la reunión siguiente, cada uno ponía su
carta en otro sobre con el número afuera. Otro integrante leía esa carta y la
contestaba. Devolvía su respuesta con el número afuera también,y cada quien se
llevaba la carta correspondiente. Al mismo tiempo que respondía a esa especie
de compañero invisible.
La carta de
Graciela decía lo que sigue:
"Querido
compañero invisible, hace veinte años que consumo pastillas para dormir, para
despertarme,para mantenerme en pie y para soportar el peso de esta vida que
llevo.
En el tiempo que
tengo en narcóticos sólo tuve una recaída y estoy muy agradecida al grupo por
la ayuda que recibo.
Mi historia es
una más, pero como es la mía, para mí es la peor.
A los trece años
comencé a usar cocaína. Todo el tiempo estaba aspirando. Dejé los estudios. No
conseguía ningún trabajo que me dure. Para poder seguir en la mía, tuve que
prostituirme. Por un poco de guita me dejaba coger por cualquier viejo
asqueroso.
A los dieciocho
quedé embarazada. No tenía idea de quién era el padre. Tampoco me interesaba
saberlo, ni tener a mi cargo a alguien que dependa de mí. A pesar de ser
drogadicta, nunca me hice ningún tatuaje. Porque los tatuajes son como los
hijos, para siempre.
Cuando nació mi
hija, le di la teta una vez y la dejé en la puerta de la iglesia del pueblo.
Pasé un año
igual, drogada todo el día.
Un día me di
cuenta de que así no podía seguir y pedí ayuda. Estuve sobria un tiempo y
conseguí trabajo. Pero la sensación de culpa no me dejaba en paz y volví a las
drogas. Está vez, legales, pero igual de dañinas para cualquiera.
Si pudiera volver
atrás no sé que haría. Todos dicen que no harían lo mismo. Yo no lo sé. Lo que
sí sé es que me gustaría, aunque sea, volver a ver a mi hija una vez. O saber
de su vida".
El martes
siguiente, Graciela colocó su sobre en la mesa al igual que todos. Participó de
la reunión, colaboró haciendo el café y
repartiendo galletitas. Luego de la oración final tomó un sobre y volvió a su
casa. Lo abrió y en él decía así:
"Querido
compañero invisible, consumo cocaína desde los trece años. Dejé la escuela, soy
prostituta para poder snifar todo el tiempo. Quedé embarazada y no sé quién es
el padre ni me importa. Sólo sé que no puedo tener a nadie a mi cargo.
Comencé a
drogarme cuando me enteré de que mis viejos no eran mis viejos. Ellos me
encontraron en la puerta de una iglesia y me llevaron a su casa. Me salvaron la
vida, pero yo no pude entender quién podía ser tan hija de puta como para
abandonar un hijo y ahí comencé a consumir. Ahora la hija de puta soy yo,
porque dejé a mi hija en la puerta de un hospital. Los hijos son como los
tatuajes, por eso nunca me tatué".
Mary Brucculeri - Taller de la Luna
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