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febrero 21, 2023

Pueblo chico

 Graciela comenzó a ir al grupo de Narcóticos anónimos de la ciudad de Chivilcoy enseguida que se mudó allí. En enero cumpliría un año.

Eran muchos los integrantes del grupo, por eso se dividían en subgrupos más pequeños. Tenían un sistema de ayuda anónima que consistía en que ,una vez al mes cada uno escribía una carta en la que comentaba los motivos que los llevaron a tomar el camino de las drogas.

El coordinador colocaba un número en un sobre cerrado. Cada participante agarraba un sobre y ese sería su número por ese mes. En la reunión siguiente, cada uno ponía su carta en otro sobre con el número afuera. Otro integrante leía esa carta y la contestaba. Devolvía su respuesta con el número afuera también,y cada quien se llevaba la carta correspondiente. Al mismo tiempo que respondía a esa especie de compañero invisible.

La carta de Graciela decía lo que sigue:

"Querido compañero invisible, hace veinte años que consumo pastillas para dormir, para despertarme,para mantenerme en pie y para soportar el peso de esta vida que llevo.

En el tiempo que tengo en narcóticos sólo tuve una recaída y estoy muy agradecida al grupo por la ayuda que recibo.

Mi historia es una más, pero como es la mía, para mí es la peor.

A los trece años comencé a usar cocaína. Todo el tiempo estaba aspirando. Dejé los estudios. No conseguía ningún trabajo que me dure. Para poder seguir en la mía, tuve que prostituirme. Por un poco de guita me dejaba coger por cualquier viejo asqueroso.

A los dieciocho quedé embarazada. No tenía idea de quién era el padre. Tampoco me interesaba saberlo, ni tener a mi cargo a alguien que dependa de mí. A pesar de ser drogadicta, nunca me hice ningún tatuaje. Porque los tatuajes son como los hijos, para siempre.

Cuando nació mi hija, le di la teta una vez y la dejé en la puerta de la iglesia del pueblo.

Pasé un año igual, drogada todo el día.

Un día me di cuenta de que así no podía seguir y pedí ayuda. Estuve sobria un tiempo y conseguí trabajo. Pero la sensación de culpa no me dejaba en paz y volví a las drogas. Está vez, legales, pero igual de dañinas para cualquiera.

Si pudiera volver atrás no sé que haría. Todos dicen que no harían lo mismo. Yo no lo sé. Lo que sí sé es que me gustaría, aunque sea, volver a ver a mi hija una vez. O saber de su vida".

 

El martes siguiente, Graciela colocó su sobre en la mesa al igual que todos. Participó de la reunión, colaboró haciendo  el café y repartiendo galletitas. Luego de la oración final tomó un sobre y volvió a su casa. Lo abrió y en él decía así:

"Querido compañero invisible, consumo cocaína desde los trece años. Dejé la escuela, soy prostituta para poder snifar todo el tiempo. Quedé embarazada y no sé quién es el padre ni me importa. Sólo sé que no puedo tener a nadie a mi cargo.

Comencé a drogarme cuando me enteré de que mis viejos no eran mis viejos. Ellos me encontraron en la puerta de una iglesia y me llevaron a su casa. Me salvaron la vida, pero yo no pude entender quién podía ser tan hija de puta como para abandonar un hijo y ahí comencé a consumir. Ahora la hija de puta soy yo, porque dejé a mi hija en la puerta de un hospital. Los hijos son como los tatuajes, por eso nunca me tatué".


Mary Brucculeri - Taller de la Luna



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