Hola! Les dejamos por aquí la resolución de la consigna del viernes anterior. Nos demoramos un poquito porque la vida misma... ¡¡¡Pasen y lean!!!
Belén
Luraschi
El
espejo
Sonó la alarma y me refregué los ojos,
como de costumbre, había dormido pésimo. Manoteo la mesita, prendo la luz y no
entendía bien donde estaba, era mí casa si, pero todo muy oscuro, y claro, si
estamos en pleno invierno. Cada vez más cortos los días, más fríos, más grises.
Camino entredormida hacia el baño, ni me gasto en prender la luz grande,
demasiado sueño para eso todavía. Era corto el camino, pero se me hizo pesado,
me costaba moverme, me sentía un tanto rígida, como contracturada, cargada,
acartonada. Llego el baño y, ahora sí, prendo la luz, quedo de frente al espejo
y me miro. Me miro, sí, pero no me veo. Una criatura en el espejo, en silencio,
contenida. Un rostro rígido, acartonado, una cara sin rostro, un cuerpo de
madera. Un espejo que ya no replicaba la vida, más bien la duplicaba, porque
así me sentía yo agobiada, dura, pesada. Una criatura que me representaba más
que a mí misma. Un instante de la cotidianidad congelado en el tiempo, un
tiempo que parecía romperse porque el espacio , dividido por un delgado vidrio,
me separaba a mi de la criatura que me imitaba. Pero tal vez no me imitaba, tal
vez, solo tal vez, me mostraba quien era, me hacía detenerme en mi interior,
cuestionarme mis cargas, mis estructuras y me interpelaba para que avance, para
que intente arrojarme y dejarme ser. Después del impacto inicial me quedé
observándola un momento, casi meditando, pero no se movía, ahí estaba, como un muñeco,
como una marioneta de madera esperando por su dueño a ser manipulada. Decidí
dar un paso al frente, tratar de comunicarme de alguna forma, de decirle que me
representaba, que la entendía, que iba a ayudar. Y ahí si, la marioneta se
movió, se movió casualmente, o más bien causalmente, del mismo modo en que yo
me moví. Es que la criatura no me estaba representando, la criatura simplemente
era yo. El espejo solo había venido a recordarme quien era, a hacerme entender
en qué me había convertido, con mis decisiones, mis rispideces, mis
cuestionamientos, mis flagelos, mis angustias, mis enojos, mis vanas entregas,
mis exigencias, mis fallas. Mi falla. Porque con tanta rigidez, la rigidez que
da la madera, por más que tenía muy pequeñas articulaciones, solo me forzaba,
me tironeaba y me fallaba a mi misma. Y me lleve la mano a la cara y me
acaricie los labios, las comisuras, la nariz, las pestañas, pero no estaban, no
había nada ahí, tal vez nunca habían estado, tal vez me concentre tanto en
demostrarme que no las mostraba, tal vez fueron desapareciendo, tal vez fui
desapareciendo, tal vez me había vuelto esta criatura rígida y pesada tan
gradualmente que no vi lo que perdía. Lo más importante perdía, me perdía a mi.
Pero tal vez tuve que despertarme así, con la alarma, del más profundo de los
sueños, para acordarme de quién era, para volver a tener ganas únicamente de
volver a ser quien soy, para dejar de exigirme y empezar a escucharme, a verme
a sentirme, para soltarme. Sentí unas profundas ganas de salir de ese cuerpo,
de dejar esa criatura de madera, de dejar las estructuras, las contracturas,
los pensamientos pesados, esa alma vieja, casi de cartón. Y no quise verla más,
apague la luz, y se apagó el reflejo, y se desvaneció la más horrible de las
figuras, yo, el yo en que nadie más que yo me convertí. Y me invadió una enorme
oscuridad y un enorme alivio y en ese momento, finalmente se desvaneció. Me
desvanecí. Y me soltó. Y la solté. Y la alarma sonó. Hoy iba a ser el primer
día de mi vida, un día para mí, para disfrutar, sonreír, soñar, para soltar,
para mí, para ser quien soy. Y manoteé la alarma y la apagué. Y esta vez prendí
todas las luces y corrí al baño, corrí para saludar a la criatura, para
abrazarla, si aún estaba ahí, pero ya no estaba. Solo mis ojos, mi boca, mis
brazos, mi nariz, mis labios, los de siempre. Y disfrute ver cada centímetro de
mi, de quién era. Abracé a esta nueva criatura de carne y hueso, y por primera
vez, en toda mi vida, le sonreí.