mayo 31, 2022
Rituales de escritura: Mariana Gatica
mayo 30, 2022
Rojo
Una estrella, una boina. Suave como el terciopelo.
Avasallante, como una revolución.
Con olor a tierra trabajada. Sembrada y cosechada por pueblo. Por cabecitas negras que llegan en aluvión.
Felicidad que irrumpe así, sencilla, frágil pero potente.
Rebelde. Rebeldes. Yo. Nosotros.
mayo 24, 2022
mayo 23, 2022
Parte de una misma trama
Enciendo una luz. Dejo mis cosas y todo empieza. ¿Cuántas veces hemos empezado las cosas así? Iluminando un sector, que es más amplio de lo que parecía. Dejando las prendas para que descansen, desnudándonos ante los otros. Cuántas veces hemos empezado las cosas así. Lo sabemos, en el fondo lo sabemos.
Parte de una misma trama. Hilos que vienen a componer un tejido. La palabra texto es, de hecho, tejido. Dice el diccionario etimológico: tejer, trenzar, entrelazar.
Así somos y esto es lo que somos. Lo que van a escuchar ahora no es más que una muestra de nuestro trabajo juntos durante dos años. Podría decirles muchas cosas de este tiempo. Que empezamos en medio de la desolación y el aislamiento, que la pandemia nos acercó haciendo lo que más nos gusta, tomando la decisión de descubrir qué es un taller de escritura, qué podemos hacer nosotros con eso. Podría contarles que nos hicimos amigos y amigas, que nos acompañamos, que aprendemos mucho de lo que leemos, de lo que nos leemos y también de las personas que somos. Que podemos mezclar las teorías con las ficciones con los poemas con las anécdotas con las entrevistas con los cuentos con los dibujos con los chistes y todo eso es lo que somos. Parte de una misma trama.
Así nos conocimos. Podría contarles muchas cosas. Que tardamos casi un año en vernos las caras en vivo (y solo algunos). Que alguien bromeó diciendo que al fin comprobábamos que teníamos piernas y que incluso hicimos el chiste de sacarnos una foto de zoom mostrando solo los pies. Todavía no lo hicimos. Quizás no lo hagamos, no sé. Ahora nos vemos las piernas un poco más seguido. Aunque seguimos por zoom.
Podría contar todas las veces que me sentí cansada, abrumada, afligida y al entrar en el taller cambié absolutamente de ánimo, de aspecto, de energía. Eso son. Un gran amor para cuidar y para cuidarme. Parte de una misma trama.
Y también podría contar la distancia que veo entre aquellos primeros textos de mayo del 2020 y estos que escriben hoy, sin desmerecer a ninguno, por supuesto. La distancia está precisamente en que pudieron ver todo lo que podían hacer. Nadie debería no intentar. Nadie debería hacer menos de lo que puede hacer. Y yo los vi. Y lo más importante: ellos se vieron. Ustedes se vieron. Cada uno a sí mismo y cada uno a sus compañeros. Y así fue que un día armamos una revista digital, que fueron cuatro luego, una por estación; y llegó el blog y las redes sociales, cada uno haciendo su parte. Parte de la misma trama.
Podría contarles que al cerrar cada encuentro doy la consigna de escritura para la semana siguiente y todos ponen la que yo llamo “cara de consigna”. Así, serios, un poco asustados como si la consigna los fuera a morder. Y acaso así sea. Bien mordidos por la consigna, que nos ataca los talones y nos baja las medias para que nos quedemos descalzos, en el piso fresco, lápiz en mano, en patitas como vinimos a este mundo.
Cara de consigna. Imagínense las caras de esta gente cuando les dije que podían publicar juntos un libro. Desde ese momento hasta hoy pasaron tantas cosas. Podría contarlas todas, pero nos quedaríamos a vivir en este centro cultural. El centro cultural Leopoldo Marechal. Marechal, el enorme poeta argentino que escribió un día: “cada noche en su mañana estriba, de todo laberinto se sale por arriba”. Parte de la misma trama.
Ahora las autoras y los autores van a leer algunos fragmentos que seleccionamos para que ustedes los conozcan. Armamos esta rueda de lectura como una sola, como un solo texto. Les pido que contengan sus deseos de aplaudir hasta que apaguemos la lámpara. Así van a poder apreciar la fluidez de un solo texto hecho por dieciocho voces. Dieciocho voces bien distintas, tan hermosas, tan queridas.
Prof. Marcela Minakowski - Coordinadora
(Palabras leídas en la presentación del libro Del mate a la luna)
mayo 22, 2022
¡Presentamos nuestro libro!
Finalmente, llegó el gran día: el sábado 14 de mayo nuestro libro vio la luz. Lo presentamos en una sala colmada de familiares y amistades que vinieron a acompañarnos y a escucharnos leer. Fue un sueño hecho realidad, una tarde noche que vamos a guardar en nuestros corazones por siempre. Casi sin conocernos, porque los talleres son virtuales y tuvimos muy pocas reuniones presenciales, se armó un grupo muy unido, con la misma pasión, las mismas ganas y el mismo empuje. Todo se hizo a pulmón y en equipo.
La emoción de ver por primera vez al libro impreso |
El equipo de Del mate a la luna preparando los libros para ser entregados |
La sala se llenó de familiares y amistades |
Denisse Cutulli |
Karina Zangaro |
Romina Gil |
Liliana Taranto |
Sabrina Blanco |
Laura Martínez |
Carlos Zerzer Agosti |
Gladys Di Salvo |
Oscar Cesareo
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Belén Luraschi |
Ariadna Boza |
Martín Raimondi |
Susana Palacios |
Gisela Cairo |
Adriana Sicilia |
Gustavo Duffau |
Claudia Velázquez |
mayo 17, 2022
Rituales de escritura: Carlos Zerzer Agosti
El escritorio de Charly |
Antes de sentarse prepara un tarrito con un palito que chupa. Es el momento en que aprovecho para dormir una siesta matutina, porque sé que por un buen rato sólo va a estar atento a la ventana, al espejo y a los botoncitos. Desde una caja grande aparece un sonido que me duerme y que él llama “qué linda música”.
Me gusta que escriba, porque me hace mucha compañía.
mayo 10, 2022
mayo 09, 2022
Espejos
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Estaba todo tapado: los sillones, los espejos, los muebles, y el piso estaba recubierto por un manto de color ocre. Abrí las ventanas y todo parecía haberse quedado como siempre, intacto. Hacía cinco años que había dejado la casa de mis padres, pero ellos decidieron que sería mía cuando viajaran a Francia y eso fue hace dos años. Me daba sensaciones esa casa. Primero por la ubicación de cada cosa. Me acuerdo de que mi papá estaba obsesionado por cada centímetro que ocupaba el sillón o la mesa. Se daba cuenta en cuanto la movíamos siquiera un poco. Que cada cosa iba en su lugar y el orden se mantenía así. Era muy recto.
Y así conservaba mi antiguo departamento, cada cosa en su lugar. Así iban y venían relaciones, pero mi departamento seguía intacto. No me parecía rara su determinación. Salvo que las cosas allí ya no eran de ellos sino mías. Y que el orden tenía diferentes aristas si las veíamos desde mi lugar. Por ejemplo, la mesa debe ir de este lado, las sillas en este otro, saqué de a poco las telas que cubrían el sillón y las demás cosas. Hasta que llegué a ellos, marco dorado con la forma de una serpiente en donde la cabeza se encontraba arriba y hacía una curvatura que pareciera que te miraba. El cuerpo de la serpiente era muy detallista, los bordes, la hendidura de las escamas y sobre todo los colmillos. Me asusté cuando saqué la tela que lo cubría, hasta pude escuchar que se me abalanzaba. Este espejo es nuevo pensé. Pero me di vuelta y en el pasillo había una hilera, al parecer de espejos, cada uno estaba tapado con una tela color roja de un espesor suave al tacto. Nunca me habían contado acerca de estos espejos, seguro era porque no venía a visitarlos desde mi mudanza. Vaya sorpresa. Intenté llamarlos para que me contaran, pero la señal no era buena, así que decidí dejarles un mensaje. Lo único que recibí de mi padre fue que me las arreglara solo. Que esa casa ya no les pertenecía, y que hiciese lo que pudiese. Que rara conversación. Además de las pocas palabras.
En fin, decidí quitarles el manto que cubría cada espejo y cada espejo era una extrañeza, el marco de cada una me llamaba mucho la atención: un león, un tatú carreta, un perro, un gato, y una marmota. Y al final del pasillo un espejo con solo palabras que decía algo raro, creo que en latín. No se distinguía cada palabra, seguramente por su antigüedad.
Caía la noche y yo seguía hipnotizado por el espejo de la serpiente. Amaba esos reptiles, y la forma en que cazaban. Decidí irme a dormir, aunque el polvo de la cama no me dejaba de molestar: me hacía estornudar. Arranqué bien temprano a limpiar una parte de la casa y a acomodarla. Los estornudos se hacían más frecuentes y comencé a sentir un dolor de cabeza. Me recosté, sin pasar por el pasillo de los espejos, porque cada vez que me miraba en uno, me sentía acechado. Pensaba que era síntomas de un posible resfrío. Me acosté. Para mi sorpresa era de noche. Había dormido todo el día. Pasé por el pasillo, para reflejarme en mi favorito y para mi sorpresa el marco no estaba. Mire los otros, nada. Supuse que lo habían robado. Llamé a la policía, y le dije que tenía varios marcos dorados en forma de animales en el pasillo y que ya no estaban. Me preguntaron si había escuchado algo en la noche y vieron que la puerta no estaba forcejeada ni nada, ninguna ventana rota ni abierta.
¿Está seguro que estaban ahí? Por supuesto, eso me molesto tanto que los eché. Llamé a mis padres y no contestaban. ¿Qué pudo haber pasado? Me dirigí al pasillo y allí estaba el espejo con las palabras en latín, estaba muy cansado y volví a dormirme, otra vez el polvo y los estornudos. Me desperté a la madrugada tan enojado y ansioso, salí al pasillo y al no ver los marcos me sentí impotente. Escuché ruidos en la cocina, me acerqué con el teléfono en la mano, silencioso y para mi sorpresa había una serpiente gigante durmiendo en la cocina. Escuché otro ruido en la sala y un león saltaba para agarrar una marmota, por debajo un tatú carreta corriendo por mis pies. Se me cayó el teléfono, me miraron todos, hasta la serpiente. Me sentí una presa, corrí por el pasillo y este se hacía cada vez más y más profundo, sentía que me asfixiaba. Sería una comida para el león y para la serpiente que ya pisaban mis pies. Una luz salió del espejo con letras. Grité. Lloraba como un niño. Y de repente la serpiente me cazó. Sentía como aprisionaba mis pies y después mi cuerpo y mi boca, estaba paralizado. Cuando creí que ya estaba todo terminado, me desperté. Salí al pasillo y con mis manos rompí cada uno de los espejos. Cuando ya no podía más, seguí con los pies y la cabeza. Estaba todo ensangrentado. Cuando volví con un palo, ellos seguían ahí intactos, sin ningún rasguño. Los descolgué, pero la serpiente se volvió contra mí y me mordió. Créanme. Esta historia es muy cierta. Los espejos tienen vida y me atacaron. La gente me miraba. Todo ensangrentado corría por las calles, advirtiéndoles que no compraran espejos. Lloraba.
Elizabeth Sanabria - El megáfono al sol
mayo 08, 2022
DEL MATE A LA LUNA: NUESTRO LIBRO
El próximo sábado 14 de mayo vamos a estar presentando nuestro libro Del mate a la luna, Antología de talleres de escritura y queremos que seas parte de este momento tan especial.
mayo 03, 2022
Rituales de escritura: Rita Lugones
De chica me atrajeron las letras y los cuadernos. En mi adolescencia los llenaba de frases y versos, y muchos dibujitos, colores, estrellas y corazones (infaltables para una adolescente). Aún los tengo guardados en mi baúl de los recuerdos.
Ahora tientan a mis manos solo dos donde sin ninguna organización escribo cualquier idea o verso que se presenta sin buscarlo. Uno amarillento que me regaló un amigo muy querido y que descansa (cuando lo dejo) en la mesa de luz. Otro que hizo y me regaló mi hija, tiene mi inicial bordada y algunos versos garabateados. Y una máquina de escribir se refugia en un rincón, esperando algún corte de luz o un viaje a las montañas.
Con la tecnología también escribo versos, frases e ideas en un grupo de wathsapp llamado “Mi yo, y mi otro yo” en el cual solo estoy yo mi otro yo. También en mi note cada año armo una carpeta llamada Escritos cuando ya las ideas están más desarrolladas donde el titulo lleva antes que nada la fecha, por ejemplo: “01 01 19 Las lechuzas del cardal”
Tengo luego de tanto tiempo, un espacio para mí misma, no solo para escribir sino para pintar y demás hobbies que practico, los cuales se incrementaron drásticamente ante la cuarentena allá por marzo de 2020.
En mi escritorio (una gran mesa de TV antigua y reciclada) pintado y decorado con la técnica de decoupage, siempre tengo el mate, mi tabaco, mis anteojos, y algún libro de turno.
Prefiero siempre escribir de noche, donde el canto de los grillos entra por la ventana y casi ningún ruido me desconcentra.
¿Qué escribo? A veces algún cuento, alguna experiencia, muchos poemas alegrías y llantos, recuerdos y nostalgia; amor desamor andanzas y des andanzas. Historias ya que para mí cada persona, animal u objeto puede ser un cuento. Intento una novela desde hace mucho tiempo, ya llegará el momento en que mi borrador, sea hermoso.
mayo 02, 2022
Quizás, un día, una revolución
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Me despertó un dolor intenso en todo el cuerpo. En ese estado indefinido entre la vigilia y la inconsciencia mi primer sentimiento fue de alivio: estaba vivo.
Inmediatamente después, me sumí en un estado de alerta que me impuso quietud absoluta. No intenté moverme, en parte, por miedo a que se repita la pesadilla que había vivido durante la noche, pero además, no quería enfrentar aún las consecuencias físicas de la golpiza que había recibido, no había dudas de que había sido feroz y de que me dejaron en paz sólo porque me creyeron muerto.
Imágenes confusas, bocetos de recuerdos, empezaron a entrelazarse en mi mente, mientras yo intentaba recobrar la lucidez.
Sentí nostalgia del hogar, el refugio humilde en el que estaba a salvo, la familia numerosa, las comidas compartidas. Del apoyo mutuo para afrontar el desprecio de los prejuicios, por nuestros rasgos y nuestra condición de eternos nómadas.
También sentí rabia, por verme obligado a llevar una vida en la que era blanco continuo de la violencia, en la cual tenía que hacer uso de toda mi astucia para sobrevivir un día más.
Sabía que había sido un necio, que había desoído la regla principal: pasar desapercibido, circular entre las sombras, intentar no hacer ruido, buscar lo que tenía que buscar y luego correr, desaparecer, volver a la oscuridad a la cual pertenecía.
Fue un error meterme con esa gente. Me engañaron con su aspecto pusilánime, aletargados como estaban, ingiriendo una cena grasosa en un verano implacable al que hacían frente con un ventilador de pie que giraba en sus últimos estertores.
Mi hambre pudo más que mi instinto. Estaba harto de comer sobras de la basura. Cansado de la lucha diaria, de existir en los márgenes del mundo.
Sin medir el peligro, entré a la casa por la ventana, trepé por la pared hacia el techo, caminé ágilmente por una de las vigas y me dejé caer sobre el centro de la mesa, iluminada de forma cenital por la única lámpara de la habitación, como un actor que irrumpe de pronto en la escena de una obra dominical de cotidianeidad conurbana.
No tuve en cuenta el resoplido del ventilador, que, agónico y todo, fue suficiente para desviar mi aterrizaje planificado entre los mignoncitos de la panera, ni el hecho de que ambos comensales calzaban ojotas.
Me vieron al instante y arremetieron contra mí, descargando a discreción los golpes de chancleta, uno y otro, hasta que ya no me moví.
Supongo que me salvé porque las suelas, amorfas, estaban muy gastadas y el mantel era mullido.
Deduzco, además, que, en la prisa por seguir comiendo, alguno de los dos hombres, con el estilo de un golfista profesional, me golpeó con su ojota para lanzarme desde la mesa hasta el lugar en el que me encuentro ahora, que, si no me equivoco, es un recoveco mugriento entre la heladera y el bajo mesada
Una, dos, tres…cuatro, cinco, seis…todas mis patas están bien. Mejor me despabilo y me apuro, tengo que aprovechar ahora, que seguramente los humanos aún duermen, para volver a la cloaca. Si anoche tuvieron mejor suerte que yo, mi mamá y mis cuatrocientos treinta y ocho hermanos ya deben estar preocupados, preguntándose por mí.
Gisela Cairo - Taller del Mate