Estaba perdida en la ciudad Blanca, la llamé así porque ahí todo era blanco y reluciente, brillaba como reflejo del sol en un espejo. Solo había castillos con escaleras de mármol y detalles en dorado. Entré a uno de los castillos, en su interior había esculturas de yeso, perfectamente construidas. Algunas eran de reconocidos escultores, otras escenas mitológicas de dioses.
Transitaba sobre el piso de tablero de ajedrez, solo había esculturas y miraba una por una. Hasta que en el fondo del castillo encontré un espejo, esos típicos de épocas victorianas, enorme con detalles dorados de flores de primavera. Toqué suavemente esos ornamentos, y luego me deslicé al cristal donde veía mi reflejo, con mi cabello suelto y un vestido en forma de corsé blanco. En el fondo veía todas las esculturas y las paredes blancas relucientes, hasta que apoyé mi mano sobre el cristal.
En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba del otro lado del espejo, solo se reflejaba el interior del castillo. Me di vuelta y vi varios espejos a mi alrededor. De repente una voz desconocida que salía de mi interior, me dijo: “solo tienes una salida”.
Me desesperé en la claustrofobia del lugar cerrado donde estaba mi reflejo multiplicado en infinitos espejos. Fui al primer espejo, desesperada por encontrar la salida, y apenas lo toqué se rompió en varias piezas.
Fui directo a otro extremo, lo volví a tocar y mi reflejo se empezó a reír a carcajadas, cobró vida de otra forma que no era lo que sentía en ese momento. Busqué otro espejo, en medio de la desesperación por querer escapar y apenas me apoyé se volvió como una televisión sin señal: era una pantalla.
Solo quedaban dos espejos, ubicados en el medio se veía mi reflejo partido, lado izquierdo y lado derecho. Volvió a aparecer la voz y me dijo: “solo tienes una oportunidad y uno es la salida, si te equivocás quedas atrapada en esta habitación”. Empecé a transpirar y fui engañada por esa voz, se sabía que iba a terminar con solo dos espejos. Fui parte de su juego y recién en ese momento entré en razón. Traté de tranquilizarme y usar mi intuición para ver cuál era la salida. Miré en detalle cada espejo: lucían exactamente iguales, hasta que, al bajar la mirada, noté que el espejo izquierdo estaba rajado en la punta. Me di cuenta que era un espejo real y no era la salida. Apunté al derecho y traspasé a un bosque encantado.
El bosque lleno de flores rosas, árboles de altura infinita, me rodeaba y con una suave brisa que volaba mi cabello y mi vestido. Hasta que una figura invisible, exactamente con mi silueta se ubicó frente a mí, solo que levitaba sobre el pasto. Levanté la mano, y la figura recreaba todo movimiento que hacía, no entendí cuál era el mensaje que me quería transmitir y decidí correr hacia ella. De repente me empecé a desplazar por el bosque con un aura llena de luz y caímos sobre un precipicio. A medida que me acercaba a la laguna con el agua cristalina, proyectaba mi reflejo. Casi en sus profundidades, el agua estaba muy fría, y nadé. Podía respirar normal, no como cuando estás en el agua. Peces de colores me rodeaban y pensé que cada lugar tenía una salida, y nadé para buscarla.
En sus profundidades, encontré un barco abandonado, lleno de algas marinas abrazándolo, pero dentro del barco había una luz que brillaba. Decidí buscar esa luz, y venía de un espejo, enseguida me dediqué a apoyarme en él.
Me desperté en mi cama, envuelta en sábanas blancas y perfumadas. En mi mano derecha tenía un pedazo de espejo. Lo coloqué frente a mí y solo llegaba a ver la mitad de mi rostro hasta el ojo derecho de mi reflejo. Entonces, me guiñó…
Belén Eransus - Taller El megáfono al sol