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agosto 29, 2022

Presagio

    
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    Una a una iban apareciendo las imágenes. No lo podía creer. Su piel se iba transformando en una seguidilla de imágenes. Primero supuso que eran tatuajes… pero ¿cuándo se los había hecho? No podía salir de su asombro. Su piel toda se cubrió de personas, lagos, ríos y paisajes que incomprensiblemente se movían.  Multitudes habitaban su cuerpo.                Observó sus manos, sus pies, su vientre. Todos los sitios y recovecos de su físico se hallaban poblados.  Miro su rostro y comenzaron a aparecer imágenes escondidas en una constelación de pecas.
    Fijó su vista en una de las imágenes y se vio a él mismo chiquito. Vio cuando se perdió a los tres años en plena ciudad. Laberintos de sucesos pasaban frente a su asombro. Mostró su adolescencia, y continuó sin poder abstraerse distintos acontecimientos de su vida.
    Por los espejos enfrentados vio que su omóplato se cubría de sombras.  Y comenzó a verse a sí mismo tirado en un charco de sangre. Continuó mirando y observó que la imagen retrocedía. Era su futuro que como si aplicase la reversa a un auto iba hacia el presente.  Se vio amenazado por su novia engañada y por el espejo la vio y no era tatuaje. Empuñaba un arma y disparó.
    Quedó tirado en un charco de sangre. Su futuro era muy corto.

Susana Palacios - Taller del Mate



agosto 27, 2022

Catfight

 



Título original: Catfight
Año: 2016
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Lenguaje: Inglés
Dirección y Guión: Onur Tukel
Fotografía: Zoe White
Reparto: Sandra Oh, Anne Heche, Alicia Silverstone, Justin
Ahdoot, Dylan Baker, Tituss Burgess, Jordan Carlos
Género: Comedia negra.

CATFIGHT

El título nos dice todo: Pelea de Gatas. Dos mujeres que se conocían desde adolescentes, se encuentran casi a mitad de sus vidas. Cada una siguió por distintos caminos y lo que podría haberse convertido en amistad, se convirtió en enemistad. El film tiene algo de grotesco en los tratos personales, cierta crueldad y falta de escrúpulos, tiene algo de burla a la política y varios combates entre mujeres, con mucha saña y violencia como pocas, tiene algo de LTBG y melodías muy conocidas y varias situaciones son cómicas en un contexto de tragicomedia. La repetición de secuencias, con distintos protagonistas y, lo que parece ser y no termina siendo, la hacen entretenida y divertida. Claramente no es una gran película, pero merece verse, la van a pasar bien, si les gustan las peleas. La pueden ver por Netflix.

Charlybicen - Taller del Mate


agosto 25, 2022

Las recetas de mamá

 

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Mamá, hace 14 años que decidiste partir y seguís por acá mandando señales, en una canción, en una frase que recuerdo de golpe, en un sabor, o en el olor a café recién hecho.


Mamá era una excelente cocinera, le gustaba amasar pastas, pizzas, y cocinar verduras de diferentes maneras. Cada plato tenía algo especial. También le gustaba preparar postres, tortas y cosas dulces. Hacía unas masas hojaldradas con dulce de leche que eran un poema. Nunca volví a probar algo tan rico. ¡Y qué decir de su  isla flotante! Una delicia al paladar.

Ayyyyy, las tortas fritas con mates. Los mates y el café también eran especiales, tenían la magia de su amor.  La veo cocinando en ese lugar especial, porque ella lo hacía especial.  Siempre tenía la pava con agua caliente para unos mates y su ternura. También en esa cocina pasaron cosas tragicómicas.

Un día se desarmó el extractor de aire y mi mamá quedó atrapada entre esa campana y el electrodoméstico llamado cocina. A ver, cómo explicarlo…se veía su cuerpo y en vez de cabeza estaba el extractor, yo que siempre tuve mucha imaginación, pensé que se había quedado sin cabeza y en lugar de ayudarla quedé paralizada mirando.

Después al ver que no le pasó nada nos reímos juntas del accidente casero y de mi ocurrencia.

No heredé su amor por la cocina.  Ahora me arrepiento de no haber aprendido a cocinar con ella.  Si pudiera volver el tiempo atrás por un rato, me quedaría aprendiendo a hacer comidas ricas, compartiendo y atesorando sus recetas.

Algunas cosas aprendí, bocaditos de acelga, pescado marinado primero con harina y luego con huevo, pollo al horno con jugo de naranjas y manzanas verdes fileteadas, canelones de verduras.

También cocino otros platos, pero no soy una genia cocinera

Una vez estaba preparando una pascualina de acelga, y puse a hervir los huevos.  Me habían dicho que el tiempo justo de cocción era lo que duraba el Credo, una oración católica, que habla sobre todo en lo que supuestamente se cree.  Así que puse a hervir el agua y mientras colgaba la ropa, rezaba el credo, “Creo en Dios Padre todopoderoso…” y como no me acordaba la oración, la volvía a repetir, no sé cuántas veces, porque siempre me olvidaba como seguía.

Cuando apagué el fuego, los huevos habían desaparecido….

¡Oh magia!… ¡Oh, milagro!.

No, justamente no era lo que sucedió, en realidad ... me había olvidado de ponerlos en la olla. 

Esas son cosas que suelen pasarme cuando cocino.

Otro día, estaba preparando unos bombones y casi prendo fuego la cocina, literal. Les cuento que se pone alcohol en los moldes para que los bombones salgan brillantes y no se peguen.

Yo dejé el alcohol cerca de la hornalla, no me di cuenta, obvio, se cayó la botella y aparecieron lenguas de fuego por todos lados. Pensé que iba a incendiar la casa, pero logré controlar la situación.

La herencia de la cocina se saltó una generación. Mi hijo recibió los dones de su abuMi.

 Le gusta ser chef, y también le encanta hacer café, …yo me aprovecho de ello para tener esos mimos que me hacía mi mamá cuando me servía un café y ahora los recibo de su nieto. Y siento que ella está presente junto a nosotros y cerramos un círculo perfecto.


Gladys Di Salvo - Taller del Mate




agosto 22, 2022

Herencia

    
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    Desconcentrado, distraído. Sin ninguna capacidad de seguir escribiendo, no tuve más remedio que mirar inútilmente alrededor del escritorio en el intento de escapar del vano esfuerzo por concentrarme en el tema que me debería ocupar.
    En el primer recorrido de vista, repasé mecánicamente lo que me rodeaba, vi las cosas que habitualmente el apuro, la preocupación por las tareas pendientes o la concentración en otros problemas, dejan inadvertidas hasta invisibilizarlas.
    Allí estaban, como estuvieron desde hace mucho, la estatua de la Virgen, esa misma que pasó muchos años en el nicho que, a modo de pequeña gruta, tenía una de las columnas de soporte de la galería de la casa de mi infancia; a su lado, en el mismo estante vi fotos de mis padres, mi esposa y mi hija. También un cubilete y los dados con los que jugaban en aquella casa, no recuerdo cómo vino a parar a este estante al lado de la impresora. También identifiqué una lapicera que era de mi madre en el montón de lápices, marcadores, gomas de borrar y biromes, todo desordenadamente repartidos en tres portalápices.
    Esos objetos inmediatamente dispararon recuerdos. Tuve la extraña necesidad de tocarlos, sentirlos, sopesarlos, mirarlos en detalle. Indagar sus formas, colores, dureza, consistencia, como si intentara analizar su morfología y su composición. La física palpable en ellos, rápidamente, me llevó a viejas vivencias y recuerdos. Cuando volví, luego de un disfrutado y nostálgico viaje, me detuve en la naturaleza meta corpórea de esos objetos. La estatua de la Virgen, la lapicera y los dados, son representaciones materiales de cosas más profundas. La Fe siempre se expresa incompleta, si acaso pudiera, con una imagen de yeso. Los pensamientos, las ideas, los deseos y los sentimientos buscan salir, generalmente sin suerte, en pobres palabras de la intrascendente lapicera; tanto como el azar y el destino incierto salen del cubilete en las caprichosas combinaciones de los dados. ¿Serán estos perpetuos meta-mensajes los que forman parte de la verdadera herencia o simplemente aquellos superficiales objetos?
    Me sonó inapelable la vieja frase: “Lo que diferencia al hombre del animal, es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente”
    Quedé anclado en este pensamiento un buen rato, hasta que me paré para buscar un café. 
    Esta vez la mirada se detuvo en el espejo, que me sorprendió por novedoso. Los dos días que lleva en esa pared no fueron suficientes para que pase inadvertido. Ahí lo vi. En él me vi. Otra vez me fui al pasado y busqué la herencia que soy.

Oscar Cesareo - Taller de la Luna



agosto 18, 2022

Arroz con pollo

 

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No me gusta cocinar. Eso lo digo todo el tiempo y es verídico. Pero, de vez en cuando, me gusta hacer algo especial. Entonces descubrí que lo que no me gusta es la rutina de cocinar todos los días, pensar en que comer, ir a comprar, pasarme el día en un metro cuadrado cortando, picando, hirviendo, rehogando, horneando y todos los gerundios relacionados con el acto de cocinar.
A veces cocino. Y mis platos me salen deliciosos. Es que hay que saber diferenciar entre mi negativa de cocinar por rutina y mis habilidades culinarias. Porque yo se cocinar, pero si lo puedo evitar, mucho mejor.
El otro día cociné. Tenía ganas de comer arroz con pollo. A la única que le sale bien en casa es a mí. Se puede decir que tengo una destreza admirable con el manejo del arroz, tanto en la cantidad como en el punto de cocción. Pero ese día se me había presentado una dificultad. Yo
suelo hacer este plato con el arroz parboil, ese que el paquete reza y jura que “jamás se pasa”. Es un plato de cocción media, pero como hay que revolver, prefiero ese tipo de arroz para que no quede un mazacote.
Ese día solo tenía arroz largo fino. El común, el que sí se pasa al menor descuido, cuya cocción, según el paquete, son de escasos trece minutos. Trece minutos que son reales, comprobados por mí en otras preparaciones más simples como arroz con queso. Casi estuve a punto de desistir en mi antojo y rendirme a unos churrascos con ensalada. Pero hacía frío y los tomates estaban helados. Así que me envalentoné y decidí hacer mi plato igual, teniendo la certeza y el temor de que se me iba a pegotear el arroz a la primera revuelta de olla.
Y empecé. Lo primero que hice es hervir a parte el pollo, sin piel y sin grasa, tipo como para comida de hospital. Al agua le puse sal gruesa, no mucha, pimienta en grano, hojitas de laurel y un cubito de caldo de verduras (no es lo más natural, pero es lo más práctico para dar sabor).
Cuando el pollo ya estuvo listo, lo reservé. Me dediqué a picar cebolla y morrón. Suelo usar de cualquier color, aunque con el colorado queda mas rico. En una olla puse un poco de aceite de girasol y eché la cebolla junto al morrón, con muchas dudas si uno iba antes que el otro y esas cosas que a veces escucho en los programas de cocina, pero que nunca retengo. Al ratito, cuando la cebolla se puso transparente, le tiré un poco de sal fina porque había escuchado que así la cebolla suda y no se quema, que se yo. Puse el fuego de la hornalla al mínimo. Al lado de la cocina, en una taza tipo de café con leche, me esperaba el temido arroz largo fino que sí se pasa. Se lo tiré a la mezcla de cebollamorrón. Y doré el arroz un ratito, así sin agua. Momento de incorporar líquido. Y de poner el timer en trece minutos, claro. Porque si algo me caracteriza es ser insegura y por lo tanto obediente a las recetas escritas y a los tiempos de cocción de los paquetes. Ahora estaba observando. Observé como el arroz solito va pidiendo líquido según su necesidad. Y ahí estaba yo, poniendo tazas de caldo de una por vez, para no ahogarlo. Caldo que había sacado un poco de la cocción del pollo y otro poco de la mezcla de
cubitos con agua hirviendo. Puse unas cucharaditas de condimento para arroz, ese que viene amarillo y que simula ser auténtico azafrán, es casi el ingrediente principal de este plato. Me fui dando cuenta de que el arroz iba respondiendo excelentemente a mi tratamiento. Y me fue pidiendo más y más caldo, como si le gustara. Fueron como seis tazas. Tal vez más.
Parece que el arroz se satisfizo por un rato de tomar caldo, entonces aproveché para deshuesar el pollo. Siempre lo pongo entero, pero esa vez la olla era más chica y los huesos iban a ocupar mucho lugar. Puse el pollo a los últimos minutos de cocción del arroz para que tomara gusto, sobre todo, gusto al condimento amarillo. Revolvía a cada rato para que no se pegara arroz en el fondo de la olla ni en los vértices. Para mi sorpresa el arroz estaba quedando intacto. Se podía ver cada granito por separado. Me dieron ganas de llorar de la emoción. Puse una taza más de caldo, la última. Escuché el bip del timer. Probé una cucharada, el momento de la verdad. El momento de ver si pude sobreponerme a la falta del parboil. ¡Estaba exquisito! Cremoso, pero no hecho puré. El pollo cortado también quedaba increíble.
Llamé a mi tribu a comer y empecé a servir los platos. Cuatro platos abundantes. Así y todo, todavía quedaba un poco más en la olla.
Y enfrenté un nuevo desafío. Cortar la cocción del arroz largo fino que sí se pasa. Porque eso ya lo tengo bien clarito, si no se le corta la cocción con agua fría, se sigue cocinando, por lo tanto, se pasa. Entonces, ¿debía cortar la cocción del arroz con agua fría, a riesgo de que se enfríe por completo, quitándole la oportunidad a alguno de repetir un plato más? Y si pasara eso de que se enfríe, ¿se justificaría recalentar en el microondas una comida recién hecha? ¿O lo dejo caliente y si se quiere pasar que se pase? Y tuve que decidir. Otra vez tomé coraje y, casi temblando, le tiré a la olla un vaso de agua fría de la heladera.
Me senté a comer y a recibir mis merecidos aplausos. Mi familia no es parámetro de nada, porque me aplauden hasta cuando les preparo unos tristes panchos, pero esta vez hasta yo me aplaudí. Algunos repitieron un plato más y para mi sorpresa, cuando fui a la olla a servir, comprobé que el arroz estaba caliente y sin pasarse. Mi acto de valentía con el agua fría había resultado satisfactorio.
No me gusta cocinar. Pero me gustó el desafío. Y descubrí una nueva receta, con un arroz amenazador que creía que sería capaz de boicotear mi plato. Con inseguridades y estructuralismos. Pero aprendí. Nunca en la vida me quedó tan pero tan rico el arroz con pollo.
Y si de algo estoy segura es de que nunca voy a volver al arroz parboil que “jamás se pasa”. Ese es para cobardes.

Sabrina Blanco - Taller de la Luna



agosto 11, 2022

La masa

 

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Atrapado en mi rutina de sábado a la noche intento salir, caminar, correr, escaparme; o vivir el sábado de otra persona, pero me paraliza la libertad plena sin tener donde ir o hacia donde huir.

Sentado en el sillón entiendo que lo mejor es pedir algo de cenar y como siempre, como cada sábado llamar hasta que atiendan, mientras tanto decidir entre tantas opciones que ya me aburrieron, hacer el pedido y luego esperar, esperar, esperar.

Mejor cocino yo, ese sería un gran cambio, los ingredientes los tengo y así evito el tiempo ocioso y mi aburrimiento.

Ocupo algo de mi conciencia en repetir la única receta que pudiera recordar.

Anoto en una parte de una hoja todo lo que recuerdo y controlo tener los ingredientes.

Separo harina, levadura en una tacita con agua caliente, sal, un poquito de azúcar,  el tomate en lata, orégano, pimienta y la muzzarella. Listo la mise en place !!!  /mi zɑ̃ ˈplas/ 

Es el momento de continuar con el procedimiento, según tomé nota.

Miro la hoja que escribí hace unos minutos y noto que está desdibujada. Como un escrito con tinta que lo agarró la lluvia. 

Cierro los ojos para pensar y recordar nuevamente los pasos. La receta de una masa. Simple. 

De pronto me siento confundido y desorientado sin poder ordenar los pasos en mi cabeza.

¿Qué hacer ahora ?

¿Cuándo va el agua? ¿Cuánto? 

¿Cuánto tiempo de amasado? 

¿Cuánto tiempo debo cerrar los ojos hasta recordar ? 

¿Cuanto debe levar ….?

¡Leven anclas!

…y mi mente vuela, sin resolver, solo siente el aire fresco, ir a barlovento limpia mi mente. no importan los motivos del capitán, siempre prefiero esa dirección. 

El vaivén no me deja pensar pero me permite meditar, tener la mente en blanco.

Comienzo a medir correctamente los ingredientes. Estoy tan acostumbrado que puedo hacerlo con los ojos cerrados. Si las cantidades no son correctas, no tiene importancia, no habría sobras. Nunca las hay. Incluso las últimas migas son un festín para las gaviotas. 

Comienzo a trabajar intensamente, abro los ojos, aún es de noche y los panes deben estar listos antes del amanecer, los días en el mar son difíciles y la tripulación va a necesitar toda la energía que pueda darles.


Martín Raimondi - Taller del Mate



agosto 08, 2022

Unos pasos por delante

 

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Despierto abruptamente, arrastrado por sus ansias de partir. Veo cómo se aleja y rápidamente, antes de que se aparte lo suficiente como para perderlo de vista, me incorporo y corro, rápido y desesperadamente, persiguiéndolo.
Juntos somos todo. Mi habilidad es la razón, sentir es su esencia.
No es capaz de entender, no puede irse, no puede dejarme solo con mi armazón. Solo siente la necesidad de buscar aquello que no sabe o no entiende, dejando todo atrás. 
Cuando se aparta siento ese tirón de soledad y de angustia. La fuerza del sentimiento. ¿Podrá ser como dictan las leyes, inversamente proporcional al cuadrado de la distancia? ¿Podrá ser que si lo dejo apartarse lo suficiente yo deje de sentir?  Pero ahora estamos así y es así como quiere seguir estando. 
Desde que llegó ve el mundo a través de mis ojos. Desde que lo descubrí siento la inmensidad de su tiempo en mí. 
Su existencia interminable se queda aquí mientras mi cuerpo aguante. Tiene todo el tiempo del mundo, nada justifica su impaciencia.  
Corro, incansablemente detrás de mi fantasma, voy sujetando firmemente su halo tenue, imperceptible para todos, sólido y firme para mí. Lo arrastro nuevamente a mi cuerpo con una mezcla equilibrada de fuerza bruta y brujería. Ya se me hace un juego, como las escondidas, aquí siempre debo ganar.  
Cuando sea viejo y lento podrá irse, dejando este cascarón lleno de recuerdos. Quedaré abandonado mirando el cielo o la pantalla de un televisor, esperando, contando cada exhalación hasta que la última llegue

Martín Raimondi - Taller del Mate


agosto 04, 2022

Pastel de papa

 

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No sé en qué estaba pensando cuando sugerí almorzar pastel de papas. Enseguida todos estuvieron de acuerdo y ahí caí en la cuenta de lo que me esperaba. Es un plato riquísimo, que nos encanta a todos, pero su preparación lleva tanto tiempo que dudo que se justifique.

Antes que nada, hago un repaso mental de los ingredientes que necesito y me fijo qué de todo eso tengo y qué hace falta salir a comprar. Otra cosa que lleva tiempo: las compras. Buscar precio y calidad, que no siempre se encuentran en el mismo comercio, me lleva de acá para allá, me hace recorrer el barrio de punta a punta, tiempo que podría invertir en algo que me guste más. Por suerte, lo único que me hace falta son las papas y la verdulería queda muy cerca de casa.

Empiezo por preparar el relleno de carne, la misma preparación que uso para hacer las empanadas: rehogo cebolla cortada bien chiquita, sin morrón porque no les gusta; le agrego la carne picada y después salo y le aporto más sabor con las especias. Mientras tanto, en la hornalla de al lado, pongo un par de huevos a hervir.

La parte más engorrosa viene en el momento de preparar el puré. Hay que lavar bien las papas antes de pelarlas, porque las negras son más económicas que las blancas pero traen toda la tierra junta. Una vez que están peladas, las corto en cubos y las pongo a cocinar. Yo prefiero hacerlas al vapor. Uso más artefactos, porque a la olla le introduzco el colador, entonces hay más cosas para lavar después, pero salen más ricas. A esta altura, los huevos ya están listos y yo ya me repetí mil veces que es la última vez que hago este plato. Podría estar arreglando las plantas de la terraza o leyendo un libro mientras tomo mate. Pero no, las cáscaras de las papas y las de los huevos duros me esperan dentro de la pileta para que las meta en una bolsa y las tire al tacho, y la pileta espera también, paciente, su turno para que la limpie de toda la tierra que le quedó. Cocinar no implica solamente meter los alimentos en una olla o en el horno. Cocinar implica limpiar todo el enchastre que se va dejando en el camino. Entonces, la tarea es doble. O triple, cuando te toca, además, lavar los platos después de comer. La máxima “el que cocina no lava” no se aplica en mi casa.

Cada tanto voy pinchando las papas con un tenedor, comprobando si ya están lo suficientemente blandas como para apagar la hornalla. Cuando están listas, busco el pisapapas, la manteca y la leche para hacer el puré. Me gusta condimentarlo con bastante nuez moscada y dejarlo bien cremoso.

No me di cuenta de tener lista la fuente antes de hacer toda la preparación. Busco la que uso siempre y no la encuentro. Como una revelación me acuerdo que la dejé en la casa de mi hermano cuando llevé los chorizos y la morcilla para el último asado que comimos. ¿Y ahora? Encuentro un molde de bizcochuelo de tamaño bastante similar, pero veo que el fondo está oxidado. Por las dudas, lo forro con papel aluminio. En el reloj, los minutos siguen avanzando, la mañana ya pasó de largo y el mediodía está en todo su esplendor. Cuando tengo el recipiente listo, viene la parte del armado: una base de puré, la carne, una capa de muzzarella y otra vez puré. Lo termino con una lluvia de queso rallado y al horno a esperar que se gratine. 

No hice ni la mitad de lo que hubiese querido hacer, porque la preparación del almuerzo me llevó más de dos horas. No entiendo por qué la comida lleva tanto tiempo: desde pensar qué vamos a comer, hacer las compras de lo que se necesite, la preparación en sí misma, todo es una pérdida de tiempo. Me anoto en alguna libreta que para mi próxima vida me case con un chef o contrate a alguien para que me resuelva este tema.

Nos sentamos a comer. Nadie habla, señal de que están con la boca llena. Salió exquisito, para qué negarlo. Cuando me lo dicen, les contesto que lo saboreen, porque creo que esta es la última vez que van a comer pastel de papas hecho por mí.


Romina Gil - Taller de la Luna




agosto 01, 2022

Por las dudas

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A pesar de haber nacido en Azul, provincia de Buenos Aires, difícilmente me animaría a recomendarles visitar un paraje que se encuentra en las cercanías. Y no lo digo porque carece de belleza, todo lo contrario. Las historias que se cuentan, provocan la duda para elegirlo.
Desde niños, solíamos caminar sobre un sendero que quedó al ser levantadas las vías del ferrocarril. Disfrutábamos de los baños a que nos sometían los implacables rayos de sol, del rumor del silencio que solía interrumpirse con el silbido del vuelo corto de alguna perdiz colorada o alguna martineta con sus plumas batarazas. Tratábamos de caminar con cierto sigilo, de pisar con cuidado para no espantarlas y poder apreciarlas en reposo entre los pajonales amarillos y quebradizos por la frecuente sequía. A veces lo que nos sorprendía era un suave chillido de varias voces y allí solíamos encontrar un diminuto nido que no era de ave sino de ratones de campo, poblado con pequeñas crías rosadas, casi sin pelo, reclamando alimento y protección. En absoluto silencio alguna liebre, con las orejas tiesas, cruzaba nuestro camino a una prudente distancia, difícil de verlas durante el día. Hasta que nos íbamos acercando al arroyo Azul, que debe su nombre a unas florecitas azules que nacen desde el fondo. A las orillas la vegetación recupera su verde gracias a la humedad de la cercanía. El trazado del sendero continúa hasta el límite del partido, formado por la otra cuenca, el Arroyo de los Huesos. La estación que llevaba su mismo nombre fue abandonada cuando se levantaron las vías; las chapas del techo volaron con los fuertes vientos de tantos años, sus paredes se fueron desgranando poco a poco hasta transformarse en verdaderas ruinas y darle marco a las leyendas que se relatan de ese paraje y que van pasando de generación en generación.
Cuentan que se reunían en las cercanías los miembros de un grupo satánico. Las buenas y malas lenguas relatan conjuros, rituales de brujería y magia negra que solían efectuarse muchos años atrás. Uno de los relatos del que se hablaba en casa, sucedió en las orillas del arroyo de Los Huesos. Hasta allí llegaron algunos de los miembros simulando ser pescadores, con el objetivo de secuestrar a tres turistas. De la madre y del padre de la familia víctima no se tuvieron noticias, pero se cuenta que a la hija la terminaron degollando en medio de un círculo de velas, rociando su cuerpo con nafta para que se prendiera fuego mientras cantaban canciones a coro en lenguas extrañas.
Desde ese momento, se supone que el espíritu de la niña anda por la zona buscando venganza contra toda persona extraña. “María la degollada”, puede aparecer entre las 11 de la noche y las 2 de la madrugada. Su presencia se sentirá cuando se escuche el maullido de un gato o el aullido de un perro cercano, que son sensibles a presencias paranormales. Otros cuentan que a María, con su cabeza colgando, se la puede ver con un cuchillo amenazante, en las fotos que se toman en noches de luna llena.
He navegado en mi kayak gran parte del Arroyo de los Huesos y es increíble el silencio que se experimenta, las leyendas y muchos árboles secos volcados sobre el arroyo, le dan un aspecto tenebroso, aún de día. ¡Ni en sueños vendría de madrugada! A pesar que no creo en los espíritus malignos o en esas leyendas ¡qué quieren que les diga!… por las dudas… ¡No se les ocurra venir!

Charly Zerzer - Taller del Mate