Yo era un ángel. Uno de los mejores ángeles que podían haber. Pero un día, cometí un error, y me desterraron del cielo. Me enamoré de una mortal, a la que se suponía debía de cuidar.
Me verás caer.
El viento soplaba
en mi espalda, de una forma tan fuerte y brusca, que me hacía mecer en el aire.
Mis alas, antes blancas como la nieve, me impedían ver. Sentía como mi cuerpo
era arrojado al vacío.
Me verás caer,
como un ave de presa.
Hasta que, de la nada, mi cuerpo impacta con algo firme a
mis espaldas. Concreto. Perdí el conocimiento por un tiempo, debido al fuerte
golpe.
Abrí los ojos. Lo primero que vi, fue el cielo. El cielo
celeste del paraíso al que estaba acostumbrado, se había transformado en una
capa espesa de nubes grises permanentes. Sin rastros del sol ni la luna. Me
senté, estaba en una terraza.
Me verás caer,
sobre terrazas desiertas.
Ya la conocía. Había sido Ángel Guardián de esta chica
durante el tiempo suficiente como para saber que estaba en el techo de su casa.
Me levanté. Todavía era de noche.
Me refugiaré,
antes que todos despierten.
Miré mis alas.
Estaban tornando un color gris claro. Supuse que era mugre, pero estaban
cambiando de color.
Volé hacia la ventana de mi amada. Toqué suavemente el
cristal con mis dedos divinos. Y minutos después, apareció. Con su pelo
castaño, largo, enmarañado. Su pijama blanco con sus tiritas negras de la
delicada tela del encaje. Sus pequeños pies descalzos. Tan hermosa. Tan mía.
Abrió la ventana despacio, tratando de no hacer ruido. No
era la primera vez que teníamos un encuentro como éste. Por alguna razón, ella
siempre fue capaz de verme. Generalmente, los elegidos por los ángeles
guardianes, nunca pueden verlos. Pero lo nuestro fue diferente. Hubo una
conexión especial desde el primer momento en que la vi, y supe que debía
protegerla, pero no solo porque era mi labor, porque la quería.
Me dejarás dormir
al amanecer, entre tus piernas, entre tus piernas.
Yo le expliqué lo
que era. Las personas que, por alguna casualidad en el mundo, llegan a ver a un
ángel, suelen asustarse. Pero a ella le causaba intriga mi ser. Acaricia mis
alas cada vez que puede, y enrosca entre sus dedos mis plumas celestiales.
Comprendió desde el primer minuto cual es mi labor, y el
porqué cada vez que me encontraba con ella, debía ser a escondidas. Por eso
elegimos la noche, donde es menos propenso a cruzarse un ángel merodeando la
zona.
Sabrás ocultarme
bien y desaparecer, entre la niebla, entre la niebla.
Pero un día,
fuimos descubiertos. Mi castigo, además de ser desterrado del cielo, fue ser
débil ante la presencia del sol. Vivo condenado a pasar noches eternas.
Con la luz del
sol, se derriten mis alas.
Poco a poco, mi
plumaje divino pasó de ser de color blanco a color negro. A ella le encanta,
pero yo sigo sin acostumbrarme.
Durante el día, me escondo bajo el techo de mi amada.
Durante la noche, salgo a volar. Es una de las cosas que más me gustan, sentir
el viento en mi rostro, la sensación de mis plumas despeinándose durante el
vuelo, observar la ciudad iluminada por la luz artificial que emanan los
edificios y hogares.
Me verás volar,
por la Ciudad de la Furia.
Guadalupe Blanco - Taller El Megáfono al Sol